lunes, 1 de junio de 2015

Eran las tres de la tarde del 6 de septiembre de 1980. La familia Salgado descansaba en el interior de la casa de la finca llamada Cuatro Cuartos de Torrejoncillo, Cáceres. Estas personas estaban al cuidado de los animales de dicha propiedad.

De pronto, rompiendo el monótono sonido del campo en las horas de más calor, se escuchó un tremendo estruendo. La familia de “guardeses”, excepto la madre, salió al exterior para contemplar, asombrada, algo que no olvidarían en el resto de su vida. Junto a ellos, acudieron los encargados de otras tierras lindantes para prestarles su ayuda. Mientras, aquello que, en un primer instante les parecía un “avión raro y potente” surgido de la lejanía, comenzó a acercarse al humilde y solitario caserío. Ya se definía su forma y el efecto que producía su presencia. Era un gigantesco torbellino de fuego, del color de la llama del butano, que parecía ir abrasando cuanto se encontraba a su paso. Sobrevolaba las copas de las encinas, calcinándolas. Todo fue muy rápido, tanto que los animales no tuvieron tiempo ni de intentar su huida. Así, se descubrieron, después, cómo cientos de conejos habían sido carbonizados en sus propias madrigueras y en una postura natural, exenta de cualquier signo de alarma o peligro.
Benito Salgado

Benito Salgado, el empleado que primero percibió la anómala situación, lo recordaba así:

Nos entró el miedo. Aquello iba volando, no a ras de tierra, y las encinas se iban abrasando a medida que pasaba junto a ellas. Y todo era muy rápido. Tanto que vimos cómo los conejos eran "atrapados", sin tiempo de escapar de las madrigueras.

Aquello los abrasó al instante, como si el torbellino fuese "acarbonizando" todo lo que tocaba. A la vez decidimos despertar a nuestra madre, que dormía en otro cuarto de la casa, para sacarla de allí. Y nos costó convencerla. Ella gritaba y se agarraba a lo que fuese. No quería dejar su casa, pero le dijimos: "Vámonos, mamá, que esto nos mata".


Pero lo más inquietante de todo fue que “aquello”, aquél enorme fuego en forma de cono, pareció actuar de forma inteligente. En su rápida avanzada, en el momento de toparse con la casa de los Salgado, a unos cien metros de ella, el torbellino de fuego se dividió en dos, flanqueando el cobertizo de los guardeses de Cuatro Cuartos para unirse, de nuevo, en uno, tras sobrepasar la vivienda.


Cuatro Cuartos de Torrejoncillo
Aparte de los conejos muertos en sus madrigueras, sin tiempo a la reacción, hubo otros animales que sufrieron extraños efectos en su cuerpo. Una perra preñada aparecía muerta, con el lomo despellejado y los cachorros, a su lado, totalmente carbonizados.

Pero si hubo una fotografía que destacara en los informes que se hicieron sobre este suceso, esa fue, sin duda, la de un gato de la familia que sobrevivió a pesar de permanecer en la zona quemada. Su aspecto era lamentable, con las orejas y parte de un ojo chamuscados. A los tres días murió. El veterinario le detectó un tumor maligno como causa de su muerte.

Domingo Jaralero se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Torrejoncillo para avisar del extraño fenómeno. Además de la Benemérita, acudieron una dotación del Cuartel de Coria y miembros de extinción de incendios de ICONA. Abrieron una investigación cuyo expediente se registraba con el epígrafe 17/8 del 9 de 1980. Allí se recogieron los testimonios y los extraños efectos, huellas y raras características del fuego que allí pudo actuar, pero ninguna explicación posible.

Situacion de la Finca
Tras ser avisada, la Guardia Civil esta pudo comprobar, extrañada, los efectos del misterioso cono de fuego. El fenómeno había partido exactamente a 1800 metros, en línea recta hacia la casa. Se deducía que se había desplazado a varios metros del suelo puesto que había abrasado todas las encinas que encontró a su paso. Después, en la explanada existente frente a la casucha de los Salgado, aquello descendió y quemó el terreno, incluso dentro de la tierra.

También se quedaron marcados en el suelo de la finca una especie de señales o cortes que demostraban los misteriosos giros que había hecho sobre el torbellino.

Pero lo curioso del suceso era que el fuego, en algunos puntos, parecía comportarse selectivamente. Podía quemar un matorral y, sin embargo, el pasto crecido y seco de su alrededor, no. Incluso, un mismo árbol podía ser calcinado parcialmente en su tronco con pequeños y dispersos círculos a modo de lunares negruzcos. O en una ventana de la casa que apareció quemada parte de su marco pero, en cambio, la fachada aparecía sin rastro de fuego.

Al parecer aquel artefacto en forma de cono de fuego expulsaba goterones incandescentes que agujereaban bidones metálicos y los desplazaban hasta unos doscientos metros de su ubicación; enormes piedras que habían sido arrancadas de su sitio; platos y botellas de cristal, aparecían fundidos o retorcidos. Un fenómeno que apenas duró dos minutos pero que dejó piezas de cuarzo y mármol parcialmente derretidos. O los alambres de espinos de la cerca goteando hasta deshacerse. Estos materiales alcanzaron una temperatura superior a los 2.000 grados centígrados.

Uno de los primeros investigadores que llegaron al lugar fue el geólogo Juan Gil Montes, quien afirmó sin ruborizarse y con toda rotundidad que en su larga carrera nunca había visto nada igual. Nadie de los de la familia sufrió daño alguno aunque sí se expusieron a ello puesto que, viendo aquello avanzar, decidieron salir de la casa y huir de allí.

Quince hectáreas inexplicablemente arrasadas... y la gente comenzó a hablar de ovnis, de pruebas nucleares o de alguna bomba extraviada de algún avión de la Base Aérea Militar de Talavera la Real. Hipótesis, todas ellas, molestas para las autoridades.

La noticia, difundida con rapidez por el corresponsal de Radio Nacional en Coria, Pedro José Yerpes, grabadora en mano, José Yerpes, realizó in situ una inolvidable crónica de todo lo que allí ocurría:

Comprobamos que el fenómeno había surgido exactamente a 1.800 metros en línea recta a la casa. Seguimos el propio rumbo del «fuego» y constatamos que aquello iba elevado a unos palmos del propio suelo, abrasando todas las encinas que se encuentran en aquel lugar. Luego, en la llanada que existe frente a la casucha, descendió y abrasó la tierra por dentro en varios palmos.

Lo misterioso es que había varios cortes perfectos producidos por el fuego que demostraban que éste había hecho extranísimos giros sobre el terreno. Eso sí que era en verdad desconcertante. Luego, ya dentro de la finca, vimos aterrorizados cómo había decenas, centenares de conejos completamente carbonizados. No habían podido escapar ni reaccionar. Y eso sí que parecía sobrenatural. ¿A qué velocidad podían ir aquellas llamas?..."




Lo cierto es que en aquél otoño de 1980, en otros lugares del mundo, sucedieron hechos de curiosas coincidencias con lo ocurrido en Torrejoncillo :

20 de septiembre de 1980: En la Calera (Sevilla), un artefacto cónico se aproxima a un campo con ganado produciendo diversos efectos y quemaduras a los animales (Pueblo, 27/10/80).

28 de septiembre de 1980: En Catamarca (Argentina) un cono luminoso causa un incendio en un arrabal. Apareció emitiendo un gran zumbido (Efe Argentina, 09/80).

20 de octubre de 1980: En Dakar (Senegal), un objeto cónico destruye 50 chozas de un suburbio al aproximarse a ellas. La Gendarmería, el Ejército y la Escuela Politécnica de Thies elaboró un extenso informe al respecto.

22 de octubre de 1980: En Tianjin (China) un cono de varios colores aparece despidiendo calor y quemando la vegetación para posteriormente introducirse en el mar (Pueblo, 22/10/80).