martes, 26 de septiembre de 2017

Julio Verne
Un profesor de arqueología de la Universidad de la capital francesa está realizando un aburrido trabajo de clasificación de material documental. De repente, revisando una caja de viejos legajos, una foto llama su atención.

El doctor Elouan Beauséjour, el protagonista de nuestra historia, acababa de tropezar con unas viejas fotos de la tumba de Julio Verne, situada en el Cementerio de la Madelaine, en Amiens (Francia). El sepulcro del autor de Veinte mil leguas de viaje submarino es cualquier cosa menos corriente. Del suelo donde está enterrado el ataúd surge una figura humana con la cara del escritor -se usó el molde mortuorio de cera para hacer la figura-, levantando la lápida con un golpe violento, aún medio envuelto en el sudario y con el brazo derecho apuntando hacia el cielo, como si quisiera retar a la muerte y demostrar que aún sigue vivo. Detrás de la figura se yergue la estela con el nombre del autor de La Isla Misteriosa y por su parte trasera hay una serie de extraños grabados de difícil interpretación.

La tumba de Julio Verne - Amiens (Francia)
Examinando esos grabados algo llamó la atención del doctor Beuaséjour. Parecía haber un patrón en ellos, algo que les dotaba de un significado oculto a plena vista durante todo este tiempo. Intrigado, amplió esos extraños dibujos y pronto llegó a la conclusión de que estaban conectados con varias de las obras universales de Julio Verne. Dichos grabados serían, según el doctor Beauséjour, indicadores para buscar un mensaje escondido entre las miles de páginas escritas por Verne a lo largo de toda su carrera. Eso le llevó a sumergirse durante meses en las novelas del escritor, buscando los puntos de conexión entre los textos y los símbolos que estaban esculpidos en la parte trasera de la lápida.

A medida que avanzaba en su investigación el doctor Beausejour descubrió, con un escalofrío de emoción, que las pistas indicaban un lugar. "Con esta información y usando complejos algoritmos de geolocalización, el equipo fue capaz de identificar el área en que podría localizarse algún objeto relacionado con Verne" según reza la nota de prensa difundida por la universidad parisina. En cuestión de horas el contenido del comunicado fue difundido por docenas de medios de todo el mundo, seducidos por la historia y por el marchamo de autenticidad que le daba una institución de tanto renombre como la Universidad Descartes de París.

A lo largo de las siguientes semanas, el equipo del doctor Beauséjour, comenzó a recorrer los Pirineos franceses junto con sus asociados del Club de Exploradores de Nueva York. Puede que el nombre de este club no les diga nada, pero entre sus miembros han estado Robert Peary, Roald Admundsen, Sir Edmund Hillary, Jacques Piccard o Neil Armstrong, entre otros insignes pioneros. El club de los mayores exploradores de todos los tiempos reforzaba así con su prestigio la búsqueda del tesoro perdido de Verne, que pese a no ser un gran viajero en persona (en realidad el francés apenas viajó) a través de su obra incendió la mente de varias generaciones y les hizo creer que la aventura estaba más allá del primer paso del camino y que los viajes son, en esencia, una de las más maravillosas experiencias que puede disfrutar el ser humano.

La búsqueda se fue concentrando en una zona de los Pirineos franceses, cercana a la Occitania. Allí, gracias al uso de drones y de un radar de penetración en tierra localizaron finalmente una pista que resultaba prometedora. En una zona boscosa, las imágenes del radar revelaban la existencia de una caja metálica de poco más de medio metro de largo con un asa a un lado, enterrada a poca profundidad.

Podemos imaginarnos la emoción del momento cuando los investigadores comenzaron a apartar capas de humus centenario en medio del bosque pirenaico, hasta dejar a la vista el terreno y poder comenzar a cavar. Al cabo de un rato un sonido metálico les hizo saber que habían tropezado con algo. Con cautela retiraron los restos de tierra y por fin pudieron extraer lo que estaba en el fondo del hoyo. Una caja oxidada, con un grueso candado manteniendo a buen recaudo sus secretos.


Imagen de la caja encontrada, segun la Universidad de Descartes
La noticia saltó inmediatamente a todas partes. Si hacen una búsqueda en internet verán que apareció de forma destacada en los principales diarios del mundo. La cápsula del tiempo de Verne, oculta durante más de un siglo, por fin había sido encontrada.

¿Qué diablos había dentro de la caja? Pues en un sorprendente giro de guión, el misterio debe esperar un poco más para ser resuelto. Al parecer, el largo tiempo pasado en los Pirineos y la acidez y humedad de la tierra habrían deteriorado bastante la caja, hasta el punto de hacer ilegibles los grabados que la recubrían y posiblemente habrían dañado de forma irremediable el contenido de la misma.

Por suerte la caja fue abierta durante este mes de septiembre, aqui podeis ver el video del proceso:


Contenia un catalejo, un cartabón, una moneda medieval, un anillo sencillo, un colgante y una llave. Entre otras de las piezas extraídas, encontraron un libro correspondiente a un tratado de minería y con varias referencias alquímicas, un libreto de cuero con documentación, un mapa de Europa con marcas sobre la región del Peloponeso, y un documento sobre las fases de la luna y diversas referencias numéricas. Una copia de un periódico neoyorquino del 1890, con una noticia que hace referencia a Nellie Bly, la periodista que consiguió batir el récord en dar la vuelta al mundo en tan sólo ocho días.



Lo más llamativo de los documentos, es la cantidad de anagramas, líneas y manuscritos realizados en simbologías y esquemas inicialmente irreconocibles, y que podrían tratarse de criptogramas o códigos de alguna sociedad secreta de la época.

Si creeis que esto es una laborada mentira, os invito a investigar un poco por Google, y si seguis dudando, os dejo el enlace de la notica de la Sexta y la Universidad de Descartes de Paris.