martes, 14 de enero de 2014

Ciudad Real vivió en la madrugada del 28 de julio de 1977 horas de pánico. En un apartadero de la estación de RENFE hicieron explosión dos cisternas de CAMPSA que contenían 30.000 litros de gasolina cada una. La totalidad de los vecinos de la barriada más próxima y un gran número de personas, atemorizadas por las llamas, evacuaron la zona durante varias horas.

"La gente salió huyendo despavorida y no hubo accidentes porque Dios no quiso, ya que la gente circulaba por dirección prohibida por las calles con tal de escapar de la ciudad lo más rápido posible. La explosión se vio a muchos kilómetros y Ciudad Real podía haber desaparecido del mapa".

Clemente Díaz Murcia, inspector principal de la estación de ferrocarril de Ciudad Real y  Francisco Sánchez Donoso, jefe de servicio, fueron testigos directos de la dramática noche del 28 de julio de 1977 en la que se incendió la estación de ferrocarril de Ciudad Real. ‘Lanza’ ha podido hablar con estos dos ciudarealeños de cuya experiencia hoy se hacen eco nuestros lectores.

Clemente y Francisco, “los de la gorra”, es decir los que mandaban en la circulación de la estación, eran responsables de una sección entera de trabajadores compuesta por 600 personas, como suya era la responsabilidad de la estación de ferrocarril  la noche en la que ocurrieron los hechos.

La jornada pintaba tranquila, hacía calor y los ferroviarios estaban cenando en casa con sus respectivas familias cuando un compañero les avisó a viva voz desde la calle, de lo que estaba ocurriendo en las vías. En este punto Clemente asegura que desde su casa, ubicada en las inmediaciones de Pío XII, pudo observar un tono rojizo en el cielo lo que le hizo sospechar que algo raro pasaba. Según relata, no sólo él fue testigo de ese resplandor, pues al parecer desde la estación de Mora (Toledo), a 90 kilómetros de Ciudad Real, también se podía ver el resplandor de las llamas.

Primera explosión

Pasadas las doce y media de la noche una de las cisternas hizo explosión lo que ocasionó el pánico general en Los Ángeles pues se registraron incendios en varios pisos y se ocasionaron bajas, por heridas, entre los voluntarios que estaban colaborando en las tareas de extinción.

El panorama se presenta desolador ya que el fuego sigue activo y creciendo sin que se pueda hacer nada. Además cuando se produce esta explosión los coches de bomberos se encontraban repostando agua fuera de la estación por lo que no se puede hacer nada para evitar que el fuego continúe con gran intensidad.

Los voluntarios que estaban ilesos ayudaban a los heridos, la mayoría de los cuales fueron evacuados en ambulancias de la Seguridad Social y la Cruz Roja, o en coches de la Guardia Civil y particulares.

"...a los pocos minutos ocurrió la primera explosión, que fue tan horrorosa como espectacular porque a las doce de la noche se hizo de día en toda la ciudad. La gente corría por todas las partes y nos fuimos al hospital de Alarcos, donde veías a la gente sin camisa, se les había quemado, les echaban yodo por la espalda. El panorama era brutal, se vieron auténticas bolas de fuego. En el barrio de Los Ángeles el fuego llegó a entrar por algunas ventanas a las viviendas".

Segunda explosión
A la una de la madrugada, momento en el que llega el coche de bomberos de Enpetrol de Puertollano dotado de espuma carbónica, se produjo la segunda explosión ocasionando incendios en los campos vecinos y en casi todas las vías de la estación llegando a quemar traviesas.

Los trozos de cisterna que se desprendían quedaron incrustadas en algunos coches de la barriada de Los Angeles y algún resto cayó en un pozo de residuos de la Campsa.
 
Las llamas de esta segunda deflagración se pudieron ver desde  toda la ciudad.

Para evitar una explosión en cadena, el personal de Renfe, miembros de la Guardia Civil, de la Policía Armada y particulares voluntarios (en su mayoría ferroviarios) consiguieron separar “a brazo” cuatro cisternas de gasoil hacia la topera, así como otros tantos vagones. En este apartado destacan el trabajo y la valentía de, Faustino del Río (ya fallecido), que con un tractor de maniobras  trasladó los vagones. Se jugaron la vida sin dudar un momento las órdenes que recibieron con el fin de que el fuego no se propagara ni se acercara a los depósitos de Campsa.

Contiguas a estas unidades había otras de fuel-oil, que no llegaron a estallar y sirvieron de parapeto para que los trozos de hierro incandescente que lanzaron las cisternas de RENFE no alcanzaran los depósitos que la CAMPSA tiene a doscientos metros, aproximadamente, del lugar en que se produjo el siniestro.

La situación era desoladora en cualquier punto de visión: a un lado de las vías estaba la ciudad y al otro los depósitos de Campsa. Por fortuna todo quedó en un susto pues entre los dos coches de  bomberos de Ciudad Real con agua y el de Puertollano, de espuma carbónica, se consiguió controlar el fuego a las 2,45 de la madrugada.

A consecuencia del calor del fuego todas las vías de la estación se deformaron por lo que durante algunos días el tráfico quedó paralizado y el transporte de mercancías y viajeros se tuvo que hacer por carretera. La circulación estuvo tres días interrumpida.

Una noche de terror

Los vecinos de Los Angeles, barriada de 340 viviendas que dista 150 metros de la estación observaron el fuego a las once y media de la noche. La alarma cundió rápidamente. Todos los vecinos abandonaron sus casas y, en coches o a pie, evacuaron la zona con celeridad. Algunos colaboraron con la Guardia Civil, Policía Armada y operarios de la RENFE en la extinción del incendio.El pánico cundió también en el centro de Ciudad Real. Un elevado porcentaje de la población abandonó sus hogares para pasar parte de la noche en la carretera. Algunos durmieron en coches; otros permanecieron en vela toda la noche; los menos se alojaron en casas de amigos que viven lejos de la estación.

Algunos vecinos de la barriada aseguran que las planchas de la cisterna eran "como bolas de fuego". "Mi marido es empleado de la RENFE y fue a apagar el incendio; yo tuve que coger a mis tres críos pequeños en brazos y salir corriendo de aquí". "Hacía un calor espantoso". "El fuego formó una nube negra que se abrió en el cielo como una seta; parecía Hiroshima, peor aún que Hiroshima". "Fue una noche de terror".

Muchas quemaduras y fracturas

En los centros sanitarios de Ciudad Real fueron atendidas 84 personas, entre ellas el gobernador civil. Las lesiones más comunes a todas son las quemaduras y fracturas en diversos puntos del cuerpo. No hubo que lamentar ningún muerto. Sólo tres vecinos sufrieron quemaduras de tercer grado.Las 250 personas, aproximadamente, que se encontraban cerca de las cisternas cuando la primera hizo explosión, advertidas por la Guardia Civil, huyeron despavoridas. En su carrera algunos cayeron al suelo; otros perdieron prendas como los zapatos; otros fueron alcanzados por las llamas; algunos, empujados por la onda expansiva, se golpearon con los vagones del convoy, camiones aparcados en las proximidades o contra los muros de la estación.

Dos viviendas calcinadas

Las cisternas se abrieron por la parte superior al hacer explosión. Esto provocó una bocanada de fuego que se extendería hasta las casas de la barriada de Los Angeles. Las viviendas de los pisos superiores fueron las más afectadas. Dos de ellas resultaron completamente destruidas. Televisores, aparatos de radio, sofás, mesas, estanterías, puertas, ropa, libros, paredes y techos se quemaron.Alguna plancha retorcida de las cisternas se incrustó en la pared de las viviendas; otras cayeron en el centro de la barriada; las menos acabaron su trayectoria en los tejados. La franja de terreno baldío que separa el apartadero del bloque de casas quedó completamente abrasado por las llamas.

La explosión destrozó también el tendido eléctrico de la estación. Uno de los vagones de fuel-oil contiguos a los de CAMPSA fue tumbado; otro descarriló; uno de madera, aparcado en el otro extremo de los andenes, se quemó completamente, y las vías se retorcieron.

"Los trabajos de extinción fueron duros rozando lo extraordinario y lo heroico, el factor suerte fue muy importante. En esos instantes se temía un desenlace similar al ocurrido treinta años atrás en Santander, cuando un incendio calcinó casi por completo la ciudad".

El recuerdo del fantasma de Santander

Muchos de los voluntarios, de los ferroviarios y miembros de los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado recordaron aquella noche del 29 de julio lo que había ocurrido 36 años atrás en la madrugada del 15 al 16 de febrero de 1941, en Santander: la explosión del vapor Cabo Machichaco (1893) que tuvo como consecuencia la quema de prácticamente toda la ciudad. Relatan las crónicas que el incendio se inició en la calle Cádiz, en las proximidades de los muelles y el fuego alcanzó la catedral que, por estar situada en la zona más alta, se convirtió en un potente foco difusor hacia las calles próximas.

Tal y como ocurrió con la estación de ferrocarril de Ciudad Real, los orígenes del incendio de la capital cántabra no quedan detallados en la información de entonces.

El fuego duró tres días y  a sofocarlo acudieron bomberos de Bilbao, San Sebastián, Palencia, Burgos, Oviedo, Gijón, Avilés y Madrid. El día 17 la ausencia de viento favoreció los trabajos de extinción. El cambio del viento en dirección noroeste y el comienzo de la lluvia ayudó a las labores de los bomberos. Los focos principales del incendio se consiguieron apagar en los 3 primeros días, pero gran parte de las ruinas y edificios destruidos, albergan llamas en su interior en los días posteriores. Tras 15 días se da fin a la catástrofe. El caso de Ciudad Real por fortuna no fue tan dramático ya que no hubo muertos, mientras que en el incendio de Santander falleció un bombero madrileño, Julián Sánchez García, en labores de extinción, además, cosa que no sucedió tampoco en Ciudad Real, miles de familias perdieron sus hogares. Al de Santander se le conoció como ’el andaluz’ porque empezó en la calle Cádiz y terminó en la calle Sevilla.

Fruto de la casualidad

Los trenes de combustible no solían parar en las estaciones ubicadas en las ciudades.

En esta ocasión la casualidad quiso que coincidieran, en la estación de tren de Ciudad Real, un tren de mercancías con 275.000 litros de combustible procedente de Puertollano con destino a Alcázar de San Juan,  con uno de pasajeros cuya locomotora se averió.

Dado que Renfe daba prioridad al tráfico de pasajeros, el tren de mercancías cedió la locomotora al de pasajeros para que este continuara camino, quedándose el de combustible en la estación.

Ese fue el principio de esta historia de cuyo origen sólo se pudo precisar que la cisterna en la que todo comenzó tenía el tapón de seguridad quitado y colgando enganchado con una cadenilla y la válvula de descarga entreabierta.

Nunca se llegaron a concluir las causas de un incendio cuyo desenlace fue fruto de la suerte y del buen trabajo de voluntarios y grandes profesionales.