Entre 1874 y 1915, en los alrededores de Detroit (Michigan) arqueólogos aficionados y campesinos de la zona comenzaron a desenterrar miles de tablas de arcilla y cobre en los túmulos indios que sobrevivían en el lugar. La tablillas presentaban motivos cristianos y representaciones de mamuts, elefantes, indígenas y personas con rasgos orientales.
Esta amalgama de símbolos y figuras que no correspondían con lo que marcaba la historia ortodoxa de EE.UU. suscitaron las dudas de los expertos y, más allá aún, ni siquiera se tomó la molestia de someter las piezas a estudio alguno declarando, sin ninguna clase de base científica, que solo se trataba de falsificaciones. El desinterés por el hallazgo fue tal, que en 1890 el antropólogo Morris Jastrow de la Universidad de Pensilvania, dijo lo siguiente sobre este descubrimiento:
“… provienen de un aficionado, que demuestra su evidente ignorancia como falsificador. Basta con echar un vistazo a esos hallazgos para darse cuenta de su verdadera naturaleza: la mayor parte de las inscripciones son un revoltijo de signos fenicios, egipcios y griegos escogidos al azar de los alfabetos que aparecen en el diccionario Webster”.
Aunque sus descubridores (la mayoría de ellos sin vínculos entre si) se defendieron de las acusaciones, la sentencia ya estaba dictada y las piezas habían sido “oficialmente” declaradas como falsas.
Casi un siglo después, entorno a 1983, la investigadora Henriette Mertz sometió algunas de aquellas olvidadas tablas a un pormenorizado estudio. Mertz era toda una eminencia y experta en contactos precolombinos y cuando comenzó el análisis de las tablillas su único interés era el de demostrar, científicamente y de una vez por todas, que aquella historia solo era un fraude. Pero lo que estaba a punto de descubrir la sorprendería por completo, pues al terminar su investigación no tuvo mas remedio que concluir que las tablillas eran autenticas. Y fue más allá. En su opinión, fueron realizadas por cristianos que, antes de la caída del imperio romano, habrían huido a Norteamérica hacia el 312 d.C.
Después de las extraordinarias conclusiones a las que llegó Mertz muchos otros investigadores se interesaron por las tablillas. Uno de ellos fue Walter-Jörg Langbein quien, pese a su incesante búsqueda, no logró averiguar el paradero de ninguna de ellas. Fue como si la tierra se las hubiese tragado; como si nunca hubiesen existido. Lo único que parecía seguro es que algunas quedaron destruidas después del incendio de Springsport (Indiana) aunque, según Langbein, un tal “Tahd Wilson” había rescatado al menos una veintena de ellas.
El investigador estadounidense Evan Hansen afirma que gran parte de ellas fueron entregadas a los mormones de Utah y que, aún hoy, permanecen custodiadas por los mismos. Según Hansen, fue el propio Ronald Barney (archivero del Departamento de Historia del Templo Mormón de Utah) quien se lo confirmó en una carta fechada el 23 de marzo de 1992.
En otra carta, fechada esta vez el 14 de junio de 1993 y dirigida al profesor Emilio Spedicato (matemático de la Universidad de Bérmago, en Italia) los mormones revelan mas detalles; Glen Leonard escribe : “En 1965, la colección llegó a manos de Milton R. Hunter, un mormón interesado en la historia de América y, más tarde, su familia nos las donó”. Según Leonard la colección estaría compuesta por un total de 1.540 tablillas aunque Mertz hablaba de más de 2.700 piezas catalogadas por lo que, según Hansen, alguien habría ocultado los ejemplares mas interesantes.
Y es que las dudas de Evan Hansen están más que justificadas. El fundador del mormonismo, Joseph Smith, se inspiro en unas tablas muy similares que decía haber hallado hacia el año 1832 en el estado de Nueva York. Según el relato de Smith, un angel le mostro el camino y le instó a que tradujera las tablas. Así fue como surgió el libro Mormón. Los hechos que relata el libro Mormón comienzan en el año 600 a.C. en Jerusalén. Por mandato divino, un profeta llamado Lehi y un grupo de seguidores abandonan la ciudad y se trasladan al continente americano. Allí comenzaron a trabajar las tierras y a dejar constancia de su historia en unas tablillas de metal.
En algún momento tiene lugar una batalla entre dos grupos étnicos, los nefitas y los lamanitas. La cultura nefita desapareció y solo perduraron los lamanitas y serian estos lamanitas quienes formarían los pueblos indios que Colón encontró a su llegada. Esta es la historia que le fue “revelada” a Joseph Smith… ¿Acaso Smith encontró realmente alguna clase de tablas como las que más tarde se hallaron en Michigan?
Según el portavoz de prensa de la sede de los mormones de Utah, Don LeFevre, son los mormones quienes están en posesión de la practica totalidad de las tablas y asegura que no guardan ninguna relación con el libro Mormón, pues en las mismas aparecen inscripciones con motivos bíblicos. Por otro lado, también afirma que algunas de ellas presentan rastros de “mecanización” por lo que se duda de su autenticidad.
Así es que, a día de hoy, no ha existido ninguna investigación científica (aparte de la doctora Mertz) que arroje luz sobre la autenticidad de dichas tablas. Los mormones las mantienen en un total hermetismo y apartadas de cualquier tipo de estudio al respecto. Y lo hacen porque, de demostrase su autenticidad, la religión mormona saldría herida de muerte. No es entonces extraño que mantengan las mismas apartadas de los científicos y hagan todo lo posible por suscitar las dudas con respecto a su autenticidad.
Una de las pocas piezas que puede ser visitada es una gran roca esquistosa con grabados: el ápice del lado anterior contiene una misteriosa incisión, mientras en el espacio restante, que constituye los dos tercios del objeto, aparecen trazadas dos grandes «X», característica hallada también en los descubrimientos de Glozel. En la parte posterior está representado, en lo alto, la salida del sol, mientras abajo se ve un lagarto estilizado.
El modelo típico de las tablas de Michigan presenta en el lado anterior una parte realzada con el grabado de un «símbolo místico», mientras en el reverso aparece un «ojo omnisciente», seguido de un signo enigmático. Debajo de estas figuras se pueden hallar otras inscripciones, cuyo significado no ha sido aclarado por el momento.
Para Hansen, la verdadera historia pasa por una catástrofe cósmica que azotó La Tierra. Este investigador se basa en la recurrente historia del Arca de Noé, en numerosas alegorías a una inundación así como la representación de asteroides en dichas tablas (incluso representaciones de impactos de asteroides). Según Hansen, si observamos dichas iconografias, el diluvio que se describe en la Biblia sería causado por el impacto de un asteroide. Esta tesis fue formulada por primera vez en 1955 por Immanuel Velikovsky (otro proscrito de la ciencia)… ¿Cómo es posible que los “falsificadores” conocieran las hipótesis de colisión de Velikovsky? Puede que nunca lo sepamos… intuimos que la iglesia mormona jamás volverá a mostrar al publico el tesoro y la historia que guardan las que una vez fueron llamadas tablillas de Michigan.
Esta amalgama de símbolos y figuras que no correspondían con lo que marcaba la historia ortodoxa de EE.UU. suscitaron las dudas de los expertos y, más allá aún, ni siquiera se tomó la molestia de someter las piezas a estudio alguno declarando, sin ninguna clase de base científica, que solo se trataba de falsificaciones. El desinterés por el hallazgo fue tal, que en 1890 el antropólogo Morris Jastrow de la Universidad de Pensilvania, dijo lo siguiente sobre este descubrimiento:
“… provienen de un aficionado, que demuestra su evidente ignorancia como falsificador. Basta con echar un vistazo a esos hallazgos para darse cuenta de su verdadera naturaleza: la mayor parte de las inscripciones son un revoltijo de signos fenicios, egipcios y griegos escogidos al azar de los alfabetos que aparecen en el diccionario Webster”.
Aunque sus descubridores (la mayoría de ellos sin vínculos entre si) se defendieron de las acusaciones, la sentencia ya estaba dictada y las piezas habían sido “oficialmente” declaradas como falsas.
Casi un siglo después, entorno a 1983, la investigadora Henriette Mertz sometió algunas de aquellas olvidadas tablas a un pormenorizado estudio. Mertz era toda una eminencia y experta en contactos precolombinos y cuando comenzó el análisis de las tablillas su único interés era el de demostrar, científicamente y de una vez por todas, que aquella historia solo era un fraude. Pero lo que estaba a punto de descubrir la sorprendería por completo, pues al terminar su investigación no tuvo mas remedio que concluir que las tablillas eran autenticas. Y fue más allá. En su opinión, fueron realizadas por cristianos que, antes de la caída del imperio romano, habrían huido a Norteamérica hacia el 312 d.C.
Después de las extraordinarias conclusiones a las que llegó Mertz muchos otros investigadores se interesaron por las tablillas. Uno de ellos fue Walter-Jörg Langbein quien, pese a su incesante búsqueda, no logró averiguar el paradero de ninguna de ellas. Fue como si la tierra se las hubiese tragado; como si nunca hubiesen existido. Lo único que parecía seguro es que algunas quedaron destruidas después del incendio de Springsport (Indiana) aunque, según Langbein, un tal “Tahd Wilson” había rescatado al menos una veintena de ellas.
El investigador estadounidense Evan Hansen afirma que gran parte de ellas fueron entregadas a los mormones de Utah y que, aún hoy, permanecen custodiadas por los mismos. Según Hansen, fue el propio Ronald Barney (archivero del Departamento de Historia del Templo Mormón de Utah) quien se lo confirmó en una carta fechada el 23 de marzo de 1992.
En otra carta, fechada esta vez el 14 de junio de 1993 y dirigida al profesor Emilio Spedicato (matemático de la Universidad de Bérmago, en Italia) los mormones revelan mas detalles; Glen Leonard escribe : “En 1965, la colección llegó a manos de Milton R. Hunter, un mormón interesado en la historia de América y, más tarde, su familia nos las donó”. Según Leonard la colección estaría compuesta por un total de 1.540 tablillas aunque Mertz hablaba de más de 2.700 piezas catalogadas por lo que, según Hansen, alguien habría ocultado los ejemplares mas interesantes.
Y es que las dudas de Evan Hansen están más que justificadas. El fundador del mormonismo, Joseph Smith, se inspiro en unas tablas muy similares que decía haber hallado hacia el año 1832 en el estado de Nueva York. Según el relato de Smith, un angel le mostro el camino y le instó a que tradujera las tablas. Así fue como surgió el libro Mormón. Los hechos que relata el libro Mormón comienzan en el año 600 a.C. en Jerusalén. Por mandato divino, un profeta llamado Lehi y un grupo de seguidores abandonan la ciudad y se trasladan al continente americano. Allí comenzaron a trabajar las tierras y a dejar constancia de su historia en unas tablillas de metal.
En algún momento tiene lugar una batalla entre dos grupos étnicos, los nefitas y los lamanitas. La cultura nefita desapareció y solo perduraron los lamanitas y serian estos lamanitas quienes formarían los pueblos indios que Colón encontró a su llegada. Esta es la historia que le fue “revelada” a Joseph Smith… ¿Acaso Smith encontró realmente alguna clase de tablas como las que más tarde se hallaron en Michigan?
Según el portavoz de prensa de la sede de los mormones de Utah, Don LeFevre, son los mormones quienes están en posesión de la practica totalidad de las tablas y asegura que no guardan ninguna relación con el libro Mormón, pues en las mismas aparecen inscripciones con motivos bíblicos. Por otro lado, también afirma que algunas de ellas presentan rastros de “mecanización” por lo que se duda de su autenticidad.
Así es que, a día de hoy, no ha existido ninguna investigación científica (aparte de la doctora Mertz) que arroje luz sobre la autenticidad de dichas tablas. Los mormones las mantienen en un total hermetismo y apartadas de cualquier tipo de estudio al respecto. Y lo hacen porque, de demostrase su autenticidad, la religión mormona saldría herida de muerte. No es entonces extraño que mantengan las mismas apartadas de los científicos y hagan todo lo posible por suscitar las dudas con respecto a su autenticidad.
Una de las pocas piezas que puede ser visitada es una gran roca esquistosa con grabados: el ápice del lado anterior contiene una misteriosa incisión, mientras en el espacio restante, que constituye los dos tercios del objeto, aparecen trazadas dos grandes «X», característica hallada también en los descubrimientos de Glozel. En la parte posterior está representado, en lo alto, la salida del sol, mientras abajo se ve un lagarto estilizado.
El modelo típico de las tablas de Michigan presenta en el lado anterior una parte realzada con el grabado de un «símbolo místico», mientras en el reverso aparece un «ojo omnisciente», seguido de un signo enigmático. Debajo de estas figuras se pueden hallar otras inscripciones, cuyo significado no ha sido aclarado por el momento.
Para Hansen, la verdadera historia pasa por una catástrofe cósmica que azotó La Tierra. Este investigador se basa en la recurrente historia del Arca de Noé, en numerosas alegorías a una inundación así como la representación de asteroides en dichas tablas (incluso representaciones de impactos de asteroides). Según Hansen, si observamos dichas iconografias, el diluvio que se describe en la Biblia sería causado por el impacto de un asteroide. Esta tesis fue formulada por primera vez en 1955 por Immanuel Velikovsky (otro proscrito de la ciencia)… ¿Cómo es posible que los “falsificadores” conocieran las hipótesis de colisión de Velikovsky? Puede que nunca lo sepamos… intuimos que la iglesia mormona jamás volverá a mostrar al publico el tesoro y la historia que guardan las que una vez fueron llamadas tablillas de Michigan.
Las tablas de Michigan