martes, 13 de junio de 2017

Se podría considerar a Nasereddin Sah como a un sátrapa ilustrado, dado que se distinguió durante su reinado por permitir la entrada en Persia de influencias occidentales. Contuvo el poder del clero, lanzó el primer periódico del país, introdujo los servicios de telégrafo y correo moderno, hizo construir carreteras y hasta estableció un programa de envío de becarios a formarse a Europa.

Fue además el primer monarca persa de la época moderna que visitó Europa. Lo hizo en diferentes ocasiones: en 1873, 1878 y 1889. Durante estos viaje, se mostró su asombrado por los avances tecnológicos e industriales. Fascinado con las máquinas fotográficas, fue el primer iraní en ser fotografiado y él mismo instaló y patrocinó la fotografía en su país.

Hasta tal punto llego su devoción por esta moderna técnica que, rompiendo tabú, religión  y tradiciones se atrevió a fotografiar a su centenar de esposas. Aquellas instantáneas, siglo y medio después, nos muestran que, en realidad, las Mil y una Noches, se parecían más de lo que uno podría imaginarse a El Señor de los Anillos.

El rey(izquierda) y el fotogrado (Derecha)
Nasereddin contrató al franco-armenio Antoin Sevruguin, para que fuese el fotógrafo de la corte. Este abriría su taller en la capital de Persia, Teherán en la década de 1870-80. Allí comenzó a tomar instantáneas de Nasereddin, sus primos y sirvientes, al tiempo que enseñaba al monarca el arte de la fotografía.

Un buen día, a pesar de que el chiismo prohibía expresamente la reproducción de rostros humanos, el rey (que para eso llevaba la corona y hacía lo que le da la gana) se dirigió con su cámara hacia las mitológicas estancias del serrallo, donde cualquiera esperaría sin duda el ser deslumbrado por la belleza de las legendarias odaliscas, mujeres cuya única función era dar placer a su señor.

Las mujeres del harém
Placer e hijos, claro. Nos imaginamos que no tuvo que dar muchas explicaciones a sus esposas. Las mandó posar y empezó a tomarles fotografías que, siglo y medio después, nos muestran que, en realidad, las Mil y una Noches, no deja de ser un cuento.

Las mujeres del harém

Las esposas del monarca posan relajadas pero seductoras. El sirviente seguramente ha sido emasculado para mayor tranquilidad del macho alfa regio.

De hecho, el chico podía ser sodomizado a voluntad por el ocupante del trono. Según la Wikipedia, los castrados no eran considerados hombres ni mujeres, con lo al mantener relaciones íntimas con ellos no se cometía delito de homosexualidad.

Parece ser que Nasereddin Sah, en su tour por Europa de finales del siglo XIX, quedó prendado de las bailarinas rusas y sus vestimentas, por lo que impuso las ligeras faldas de las danzarinas eslavas a las féminas de su harén.

No es que el rey tuviese fijación por meter en su cama a mujeres cejijuntas. Según, el blog de Anton Castro, la uniceja era un signo de belleza en el Irán de la época. Faldas abullonadas y velo, pero que la ropa mostrase un poquito. El ombligo, por ejemplo.

Como decíamos, los cánones de belleza occidentales que dominan nuestro presente no tienen nada que ver con los que primaban aquel entonces en la corte de Teherán. Ni el exceso de peso ni el vello pantojil eran un problema. Todo lo contrario.

Parece ser que el bigotito estaba de moda entre todos (y todas) las habitantes de palacio. Las mujeres debían saber entretener al rey, no solo en la cama. Tocar un instrumento o saber recitar era muy apreciado.

Las mujeres que habitaban el harén disfrutaban alguna vez de un picnic a la luz del sol. En esta foto (a pesar de que no debía ser nada agradable pasarse el día tocando el citar mientras esperas que el monarca decida impregnarte) se las ve la mar de relajadas. Claro. No conocían otra vida, y probablemente en aquella época se consideraban unas privilegiadas.








La favorita del sátrapa, Anis-Al Doleh
Nasereddin Sah (1831-1896) Murió durante una peregrinación religiosa, asesinado de un disparo. Se dice que poco antes de expirar, dijo “Si sobrevivo, reinaré de otro modo”.