martes, 6 de junio de 2017

El reino de Madrid

El hecho en sí probablemente no pasaría de ser una mera curiosidad si no fuera porque forma parte de una de las historias más fascinantes de la Baja Edad Media, que además sirvió para certificar que las Cruzadas, entendidas como el intento de reconquistar Jerusalén y los territorios adyacentes, eran un sueño en el que Europa ya no estaba interesada.

Pero comencemos por el principio. O por un final, para ser exactos el final del reino de la Pequeña Armenia o Nueva Armenia, fundado por refugiados armenios en el Golfo de Anatolia, a caballo entre el sur de la actual Turquía y el norte de la actual Siria (o lo que queda de ella). Primero principado independiente de Bizancio, después reino de pleno derecho gracias al rey Enrique II de Jerusalén, este pequeño estado sobrevivió como pudo durante los siglos siguientes mientras los reinos latinos de Oriente desaparecían uno a uno.

Pero también a la Pequeña Armenia le llegó el turno de la extinción. En el año 1375 los mamelucos egipcios acaban con ese último reducto cristiano, aprovechándose en gran medida de las rencillas internas que lo habían vuelto casi ingobernable. A su rey, León V, los conquistadores le prometen un salvoconducto que es solamente un cebo con el que lograr la rendición del último de sus castillos. Poco después León V es aprisionado y enviado a El Cairo, donde viviría los años siguientes convertido en un símbolo viviente del triunfo del sultán.

León V, perteneciente a una de las familias más conocidas de la Edad Media. Hablamos del linaje francés de los Lusiñán, que presumía de descender del hada Melusina, mitad mujer y mitad serpiente, que habría construido para su marido el fabuloso castillo de Lusiñán, uno de los que custodiaban la rama francesa del Camino de Santiago.

Guido de Lusiñán
 Entre los miembros más ilustres de la familia se encontraba Guido de Lusiñán, que fue primero rey consorte de Jerusalén y después rey de Chipre. A partir de entonces los Lusiñán fueron reyes de Chipre y, desde mediados del siglo XIV, también reyes de Armenia. Pero la existencia de los Lusiñán que reinaron en Armenia fue extremadamente tormentosa, repleta de conspiraciones palaciegas que amenazaban su posición y su vida. León V tuvo que pelear duramente para reclamar el trono que le correspondía por derecho de nacimiento pero su lucha acabó siendo en balde; apenas un año después de conseguir la corona desapareció el reino que se la había concedido.

La vida de León de Armenia transcurría en una triste indiferencia en El Cairo, interrumpida ocasionalmente por la visita de algún peregrino a Tierra Santa, cuando tuvo lugar el encuentro que cambiaría por completo su vida; dos frailes franciscanos le visitan y enseguida ese breve encuentro se convierte en algo más.

Juan Dardel
Los frailes se quedan junto a León V y uno de ellos, Juan Dardel, se convierte primero en el secretario y confesor de León V y después en su embajador. ¿Su propósito? Viajar a Europa y convencer a uno de sus reyes para que pague el rescate que piden los mamelucos a cambio de liberar a León de Armenia.

Los frailes parten de El Cairo a finales de 1379, atravesando el Mediterráneo hasta Barcelona, donde son bien acogidos por Pedro IV de Aragón pero sin obtener del mismo nada más que promesas. En Castilla, sin embargo, el resultado de sus ruegos es muy distinto. A pesar de los múltiples problemas que acosan a Juan I de Trastámara (el Cisma de Occidente, la rebelión de su hermanastro Alfonso Enríquez, el conflicto con Portugal…), el monarca escucha a Dardel y acepta socorrer al que quizás consideró un compañero en la adversidad. Gracias a su ayuda los frailes pueden regresar a Egipto con regalos y cartas de súplica para el sultán, que acepta devolver la libertad a León V.

A mediados de 1382, DArdel regreso a El Cairo con tropas aragonesas y castellanas con intención de liberar al rey armenio. No fue necesaria ninguna batalla, pues los mamelucos aceptaron como rescate una buena suma de dinero y regalos, entre ellos varios halcones que hicieron las delicias del sultán. Una vez liberado León se dispuso a visitar las cortes Pedro IV de Aragón y a Juan I de Castilla para agradecérselo personalmente.

A final de año llegó a Venecia y de allí se trasladó a Aviñón a visitar al papa Clemente VII. En aquel momento la Iglesia católica se encontraba dividida en dos: había un papa en Roma y otro en Aviñón. León solo visitó al segundo, que era al que los reyes de Castilla y Aragón habían jurado fidelidad. Luego León visitó Barcelona y Tarragona donde estaban muy agradecidos a la monarquía de Armenia, pues un antepasado de León cedió las reliquias de Santa Tecla, patrona de la ciudad. pero no consiguió de él apoyo para una nueva cruzada. Después marchó a Castilla donde se dice que Juan I salió a su encuentro. El primero en bajar del caballo fue León V, pero inmediatamente Juan I hizo lo propio, como queriendo indicar que se encontraba con un igual.

Beatriz de Portugal
El monarca castellano se acababa de casar en segundas nupcias con Beatriz de Portugal. Se encontraba feliz y en un alarde de generosidad (como pocos ha habido en la historia) accedió a regalar una parte de su reino a León V. Como señal de agradecimiento por haber mantenido la fe cristiana en un territorio constantemente amenazada por el islam. Le concedió el señorío de Madrid, Andújar, Guadalajara y Villareal (hoy, Ciudad Real) y una renta de 150,000 maravedíes (una fortuna para la época).

León V de Armenia, fue coronado entonces como León I de Madrid y se instaló en el Alcázar, el mismo lugar donde ahora se sitúa el Palacio Real. Tenía intención de construirse una vivienda digna, asi que mandó reformar las torres. Se proclamó también alcalde y bajó los impuestos sin despedir a nadie. Se dice de él que paseaba sin escolta por las embarradas calles de Madrid.
 
Los madrileños mayoritariamente estaban en contra de este rey extranjero, por lo que escribieron pequeñas coplas que decían: «Dicen que de la Armenia nos viene un señor, guárdenos Dios de tan real favor» o «si la villa fuera silva la guardaría el León. Mas es tierra castellana, no queremos tal señor». Para contentar a los madrileños Juan I de Castilla firmó una clausula en la que decía que el territorio había sido cedido a León, pero no a Armenia, por lo que a la muerte del rey el territorio del reino madrileño volvería a ser parte de Castilla.

El problema es que aunque a León I le gustaba su nuevo reino añoraba el que había sido suyo, el reino de Armenia de Cilicia, asi que decidió marcharse de nuevo a pedir ayuda a otras cortes europeas. Visitó Santiago de Compostela, y más tarde el reino de Navarra, Aragón, Lérida, Tortosa y después Francia y más último Inglaterra.

En París, se entrevistó con Carlos VI de Francia, pariente lejano suyo, donde el rey francés le cedió el castillo de Saint-Ouen y le dió más dinero.Pasó los últimos años de su vida intentando poner paz entre ingleses y franceses en la Guerra de los 100 años, con la intención de que aparcaran sus diferencias para unirse en una nueva gran cruzada (y de paso recuperar Armenia claro).

León V
El 13 de abril de 1391 las Cortes de Madrid destituyeron al rey, pero le permitieron conservar su pensión vitalicia. El ya exrey de Madrid se marchó a Barcelona y de allí a París donde moriría el 29 de noviembre de 1393. Fue enterrado en la basílica real de San Denís, pero su cuerpo se perdió durante la Revolución Francesa en 1789. Su magnífica tumba todavía existe y se puede visitar.

Se sabe que una pareja estuvo paseándose por Pamplona y Olite haciéndose pasar por hijos de León, y titulándose “reyes de Armenia” aunque hacía tiempo que ese reino había dejado de existir.

El rey de Castilla, Enrique III, para asegurarse que Madrid no volvería a separarse mandó construir en un lugar de caza una nueva residencia: El Pardo. Desde entonces hasta hoy ha sido residencia oficial de los gobernantes de España, incluyendo recientemente a Felipe VI, Juan Carlos I o Francisco Franco.