Lo lamento por aquellos que esperaban una entrada sobre
misterio y leyendas, después de tiempo seria lo propio. Pero a veces acontecen
cosas en la vida, que te empujan a realizar este tipo de actos. No se trata de
publicitar la pena de una persona, si no servir a modo de recordatorio para el
futuro, para que no olvidar unas lecciones en la vida, que solo las puede dar
el momento.
En el día de hoy he perdido a alguien importante, y es que
ha partido hacia el otro lado mi abuelo materno. Hace tiempo ya lo hizo el
paterno, y con él se llevó muchos recuerdos, risas y lágrimas. En el día de hoy
le ha toca a otro extraordinario hombre, que a pesar de su fallos, lleva una
lección de vida de la que nunca aprendí lo suficiente. Es algo de lo que me
lamentare, hasta el momento que me toque a mí iniciar viaje.
Ahora solo quedan recuerdos, recuerdos que fueron de risa
tiempo a atrás, y que a día de hoy, por las circunstancias, solo provocan
dolor. Pero es en esas memorias donde está el verdadero aprendizaje que estos
hombres me dieron. Y por eso la entrada en este blog, para que queden en mi archivo como un conocimiento más, que el
ajetreo de los días venideros no borren estos pensamientos de aprendizaje, pues
son lecciones que atesorar.
Inocencia propia de un niño
Mi abuelo paterno era un hombre tradiciones antiguas, de los
que nadie podía sentarse en su asiento sin su permiso, de los que salían a
trabajar por el día y volvían de noche, un patriarca de libro. Recuerdo su gran
mostacho, pero sobre todo, su sonrisa a la cual le faltaba algún diente.
Si intento traer un recuerdo de él a mi mente, siempre acude
el mismo.
No tendría ni 8 años cuando mis padres decidieron que
viajáramos a Toledo. Por aquella época, mi mente de niño estaba bombardeada por
una imagen menos cultural. Los anuncios donde te vendían a bombo y platillo
juguete + hamburguesa.
Estábamos a punto de
volver a nuestra casa, después de un cansado día de recorrer calles y
monumentos, cuando allí estaba el oasis que mi infantilmente había construido.
Insistí e insistí, llore, patalee y me queje como solo un infante puede
hacerlo, pero solo recibí la negativa de parte de mis padres.
Pero mi abuelo era distinto, y no lo dudo un momento, me
cogió de la mano y como un explorador que se adentra en algo nuevo, entro en el
local y pidió un menú infantil sin saber ni siquiera lo que era.
Lo siguiente fueron
risas y sonrisas al ver con que gusto me lo comía, y como un crio intentaba
informarlo de lo maravilloso que era todo aquello. Una risas inocentes, llenas
de amor y de la pureza propia de un anciano que había vuelto a ser niño de la
mano de otro.
Aún recuerdo, cuando
el alzhéimer estaba a punto de llevárselo, como le susurraba al oído “Recuerdas
el día de la hamburguesa abuelo” y él sonría tímidamente mientras asentía con
la poca fuerza que le quedaba.
De ti aprendí que la tradición nunca debe estar reñida con
las ganas y la inocencia de un niño por aprender cosas nuevas. He aprendido a ser feliz con poco. He aprendido a sorprenderme con lo que algunos considerarian una tonteria. A saber que un pequeño acto, que para alguien puede ser simple, para otra persona puede ser todo un mundo. Solo espero que
llegado el momento, pueda sonreírle a mis nietos, con la misma pureza que lo
hacías tú, y sentir la misma alegría ante los nuevos conocimientos que intenten
darme.
Duro como una roca
Mi otro abuelo era distinto, un hombre de campo,
cuadriculado en algunas ideas, llevando las palabras respeto y tradición hasta
niveles propios de sus años de juventud. De esos que no se podía tocar la tele
si él no te daba permiso, y no te lo daba. De los que los hombres no lloran, de
los que hay que ser duro como las rocas, de los que las cosas nuevas son
tonterías y absurdeces, de los que puede haber allí fuera que te interese tanto
ver.
Pero con el también hay un recuerdo, uno que no es el
primero, pero que se impone por encima de todos ellos.
Corrían los 90 y por aquella época mi fervor por los
videojuegos era extremo, solo limitado por las escasas posibilidades de
adquirir las últimas novedades por la región donde vivía. Pero se produjo una
de esas paradojas del universo, y en una tienda de la localidad, vino a recaer
unas copias del último juego que había salido. Recogí mis escuetos ahorros y me
disponía a partir a comprarlo, cuando un acompañante me fue impuesto, mi
abuelo. La distancia fue corta pero llena de reproches a gastarme el dinero en
algo tan poco importante como un “cacho de plástico”.
Una vez entre en la
tienda, la decepción me acompaño, pues el comerciante se negó a vendérmelo por
cuestiones de reserva. Entonces, la actitud de mi abuelo cambio, y paso a ser
un luchador mano a mano por algo que a él le parecía absurdo. No consigo
recordar que fue lo que le dijo exactamente, no sé qué cara le puso, pero tras
una conversación de unos minutos, no solo me vendió el juego, me lo rebajó.
Una vez en la calle, le pregunto el porqué, mi abuelo no me
miro, solo dejo escapar un “Si es importante para ti, no importa lo que yo
piense, solo que a ti te hace feliz”. Contado así, parece que mi abuelo era
marcial, duro, inamovible, pero lloro muchas veces, y por cosas que merecía la
pena llorar.
De ti aprendí a mantenerme duro como una roca ante las
adversidades del destino. Para, a la misma vez, servir de asidero para aquellos
que no pueden mantenerse firmes ante los temporales de la vida. He aprendido a
llorar por el dolor de lo importante, he aprendido a luchar por lo que me hace feliz apesar de lo que digan los demas...
He aprendido a sentirme orgulloso cuando
me dicen -“Te pareces a tu abuelo”-.
A día de hoy os habéis ido los dos, me habéis dejado
huérfano de conocimiento y con ganas de más de vuestras historias. Quiero
volver a escucharte decirte aquello de “Dile a tu abuela que te fría un huevo”.
Quiero verte reír cuando te explicaba cómo funcionaba la game boy. Quiero
volver a montar en aquel viejo Seat 1500. Quiero que me
llames para preguntarme si puedo pasarme a ver qué le pasa a la tele. Quiero
verte de nuevo fumar aquellos enormes puros. Quiero ver tu sonrisa de nuevo
ante las carantoñas de tu bisnieta…
Solo me queda el dolor de mis recuerdos y el deseo de que
estéis bien allí donde habéis ido. Nos veremos algún día, eso sin duda, espero
que llegado el momento os sintáis orgullosos de lo que aprendí y de lo que
enseñe.
Os quiero Abuelos y os voy a echar mucho de menos.
A mis Abuelos