martes, 9 de mayo de 2017

A mis Abuelos



Lo lamento por aquellos que esperaban una entrada sobre misterio y leyendas, después de tiempo seria lo propio. Pero a veces acontecen cosas en la vida, que te empujan a realizar este tipo de actos. No se trata de publicitar la pena de una persona, si no servir a modo de recordatorio para el futuro, para que no olvidar unas lecciones en la vida, que solo las puede dar el momento.

En el día de hoy he perdido a alguien importante, y es que ha partido hacia el otro lado mi abuelo materno. Hace tiempo ya lo hizo el paterno, y con él se llevó muchos recuerdos, risas y lágrimas. En el día de hoy le ha toca a otro extraordinario hombre, que a pesar de su fallos, lleva una lección de vida de la que nunca aprendí lo suficiente. Es algo de lo que me lamentare, hasta el momento que me toque a mí iniciar viaje.

Ahora solo quedan recuerdos, recuerdos que fueron de risa tiempo a atrás, y que a día de hoy, por las circunstancias, solo provocan dolor. Pero es en esas memorias donde está el verdadero aprendizaje que estos hombres me dieron. Y por eso la entrada en este blog, para que queden en  mi archivo como un conocimiento más, que el ajetreo de los días venideros no borren estos pensamientos de aprendizaje, pues son lecciones que atesorar.

Inocencia propia de un niño


Mi abuelo paterno era un hombre tradiciones antiguas, de los que nadie podía sentarse en su asiento sin su permiso, de los que salían a trabajar por el día y volvían de noche, un patriarca de libro. Recuerdo su gran mostacho, pero sobre todo, su sonrisa a la cual le faltaba algún diente.
Si intento traer un recuerdo de él a mi mente, siempre acude el mismo. 

No tendría ni 8 años cuando mis padres decidieron que viajáramos a Toledo. Por aquella época, mi mente de niño estaba bombardeada por una imagen menos cultural. Los anuncios donde te vendían a bombo y platillo juguete + hamburguesa.

 Estábamos a punto de volver a nuestra casa, después de un cansado día de recorrer calles y monumentos, cuando allí estaba el oasis que mi infantilmente había construido. Insistí e insistí, llore, patalee y me queje como solo un infante puede hacerlo, pero solo recibí la negativa de parte de mis padres. 

Pero mi abuelo era distinto, y no lo dudo un momento, me cogió de la mano y como un explorador que se adentra en algo nuevo, entro en el local y pidió un menú infantil sin saber ni siquiera lo que era.

 Lo siguiente fueron risas y sonrisas al ver con que gusto me lo comía, y como un crio intentaba informarlo de lo maravilloso que era todo aquello. Una risas inocentes, llenas de amor y de la pureza propia de un anciano que había vuelto a ser niño de la mano de otro.

 Aún recuerdo, cuando el alzhéimer estaba a punto de llevárselo, como le susurraba al oído “Recuerdas el día de la hamburguesa abuelo” y él sonría tímidamente mientras asentía con la poca fuerza que le quedaba.

De ti aprendí que la tradición nunca debe estar reñida con las ganas y la inocencia de un niño por aprender cosas nuevas. He aprendido a ser feliz con poco. He aprendido a sorprenderme con lo que algunos considerarian una tonteria. A saber que un pequeño acto, que para alguien puede ser simple, para otra persona puede ser todo un mundo. Solo espero que llegado el momento, pueda sonreírle a mis nietos, con la misma pureza que lo hacías tú, y sentir la misma alegría ante los nuevos conocimientos que intenten darme.

Duro como una roca


Mi otro abuelo era distinto, un hombre de campo, cuadriculado en algunas ideas, llevando las palabras respeto y tradición hasta niveles propios de sus años de juventud. De esos que no se podía tocar la tele si él no te daba permiso, y no te lo daba. De los que los hombres no lloran, de los que hay que ser duro como las rocas, de los que las cosas nuevas son tonterías y absurdeces, de los que puede haber allí fuera que te interese tanto ver. 

Pero con el también hay un recuerdo, uno que no es el primero, pero que se impone por encima de todos ellos. 

Corrían los 90 y por aquella época mi fervor por los videojuegos era extremo, solo limitado por las escasas posibilidades de adquirir las últimas novedades por la región donde vivía. Pero se produjo una de esas paradojas del universo, y en una tienda de la localidad, vino a recaer unas copias del último juego que había salido. Recogí mis escuetos ahorros y me disponía a partir a comprarlo, cuando un acompañante me fue impuesto, mi abuelo. La distancia fue corta pero llena de reproches a gastarme el dinero en algo tan poco importante como un “cacho de plástico”.

Una vez entre en la tienda, la decepción me acompaño, pues el comerciante se negó a vendérmelo por cuestiones de reserva. Entonces, la actitud de mi abuelo cambio, y paso a ser un luchador mano a mano por algo que a él le parecía absurdo. No consigo recordar que fue lo que le dijo exactamente, no sé qué cara le puso, pero tras una conversación de unos minutos, no solo me vendió el juego, me lo rebajó.

Una vez en la calle, le pregunto el porqué, mi abuelo no me miro, solo dejo escapar un “Si es importante para ti, no importa lo que yo piense, solo que a ti te hace feliz”. Contado así, parece que mi abuelo era marcial, duro, inamovible, pero lloro muchas veces, y por cosas que merecía la pena llorar.

De ti aprendí a mantenerme duro como una roca ante las adversidades del destino. Para, a la misma vez, servir de asidero para aquellos que no pueden mantenerse firmes ante los temporales de la vida. He aprendido a llorar por el dolor de lo importante, he aprendido a luchar por lo que me hace feliz apesar de lo que digan los demas...

He aprendido a sentirme orgulloso cuando me dicen -“Te pareces a tu abuelo”-.

A día de hoy os habéis ido los dos, me habéis dejado huérfano de conocimiento y con ganas de más de vuestras historias. Quiero volver a escucharte decirte aquello de “Dile a tu abuela que te fría un huevo”. Quiero verte reír cuando te explicaba cómo funcionaba la game boy. Quiero volver a montar en aquel viejo Seat 1500. Quiero que me llames para preguntarme si puedo pasarme a ver qué le pasa a la tele. Quiero verte de nuevo fumar aquellos enormes puros. Quiero ver tu sonrisa de nuevo ante las carantoñas de tu bisnieta…

Solo me queda el dolor de mis recuerdos y el deseo de que estéis bien allí donde habéis ido. Nos veremos algún día, eso sin duda, espero que llegado el momento os sintáis orgullosos de lo que aprendí y de lo que enseñe.

Os quiero Abuelos y os voy a echar mucho de menos.