El archipiélago de Svalbard es la tierra habitada más septentrional de Europa. Se encuentra al norte (muy al norte) de Noruega, país al que pertenece políticamente, entre los 74 y 81 grados de latitud, muy por encima del Círculo Polar Ártico. Con un clima muy frío pero sin llegar a los niveles homicidas típicos en semejantes latitudes (la media en enero es de entre 13 y 20 bajo cero, lo que hay en el congelador de cualquier casa, vamos) está habitada desde hace miles de años. En la actualidad 2.500 personas se reparten los 65.000 kilómetros cuadrados de extensión de las islas; cuatro quintas partes de ellas viven en la capital de la región, Longyearbyen, que no es precisamente Londres. Sólo existen, de hecho, otros dos lugares habitados en todo el archipiélago. Mayoritariamente son un lugar desolado, congelado y un tanto aburrido. Al norte de la principal isla del Archipiélago, Sptisbergen, y a menos de mil kilómetros del Polo Norte, se encuentra el pueblo fantasma de Pyramiden, un pueblo soviético (sí, soviético) cuya génesis se hunde en las raíces de la Historia de Svalbard.
Svalbard fue, durante los siglos XVII y XVIII, tierra de nadie; se utilizó por tripulaciones de unos cuantos países como base para cazar ballenas, aunque posteriormente fue prácticamente abandonada. A principios del siglo XX el descubrimiento de minas de carbón y los conflictos asociados a ello por los derechos de explotación hicieron conveniente la formación de un gobierno. Tras la I Guerra Mundial y como parte de las negociaciones mantenidas en Versalles, se firmó el Tratado de Spitsbergen, que garantizaba la soberanía completa de Noruega sobre el archipiélago con ciertas limitaciones en materias como los impuestos o la defensa. Las claúsulas del tratado especificaban que todos los países firmantes tenían idéntico derecho a establecerse allí para realizar actividades de minería, pesca o caza, sujetos, eso sí, a la legislación noruega al respecto.
Entre los firmantes del tratado se encuentran Japón, Australia, Argentina, España o Afganistán, que nunca han pintado nada allí. Uno de los firmantes originales del tratado era Suecia, que mantenía un poblado dedicado a la minería del carbón, Pyramiden. Lo habían fundado en 1910, y se lo vendieron a la Unión Soviética en 1927. La URSS trasladó allí a unos cuantos cientos de habitantes contratados por la empresa estatal Arktikugol, que hizo uso de los derechos adquiridos por la URSS en el tratado. La misma empresa adquirió otros dos asentamientos en el archipiélago, Grumant y Barentsburg; este último es el único que sigue en funcionamiento.
El pueblo está lejos de casi todo. En Svalbard casi no hay carreteras y la única manera de moverse es en barco o en motonieve. El pueblo más cercano al lugar es la capital, Logyearbyen, a unos cincuenta kilómetros de distancia. Pese al aislamiento, Pyramiden llegó a tener mil habitantes y a ser casi completamente autosuficiente. Con huertos y establos para el ganado, producían suficiente carne, verdura, leche y huevos como para mantenerse, y el frío no era un problema, puesto que el el abundante carbón permitía calentar a todo el pueblo. El asentamiento era un destino muy popular entre los trabajadores soviéticos; los contratos de dos años permitían pasar un tiempo en un lugar en el que a partir de 1958 la comida era gratuíta y existía el tiempo libre y muchas maneras de usarlo. El pueblo contaba con cine, piscina, invernadero, guardería, una sala de conciertos y auditorio, una biblioteca con más de cincuenta mil ejemplares… más del 90% de la población estaba implicada en alguna de estas actividades.
Pero llegó 1989 y cayó el Muro, y en 1991 la URSS se fue al garete. La Arktikugol sobrevivía y sobrevive gracias a las generosas subvenciones del Estado Ruso, y en los 90 el asentamiento era completamente irrentable debido a que el carbón se había convertido en muy caro de extraer. Un día de 1998 los habitantes de Pyramiden recibieron la noticia de que tenían que evacuar el pueblo a la voz de ya, y les fueron dadas 24 horas para empaquetar sus pertenencias, hacer el petate y salir de allí. Los ruskis no se andan con contemplaciones cuando de evacuar ciudades se trata. Pyramiden quedó casi completamente vacía, con sólo unas 180 personas dedicadas a empaquetar la maquinaria y los demás objetos de interés que quedaban y que, poco a poco, fueron abandonando el pueblo también, hasta dejarlo completamente vacío.
A día de hoy allí no vive nadie, y todo quedó tal y como lo dejaron sus habitantes cuando fueron expulsados de su edén ártico. Existen circuitos turísiticos que llevan al curioso viajero al lugar para que éste fisgonee entre los edificios de la ciudad fantasma. No existen restricciones para ir allí salvo las geográficas, pero está prohibido entrar en los edificios por el evidente riesgo que implica entrar en un sitio que lleva década y pico abandonado. Como en muchos otros casos, se pueden encontrar objetos personales, casi reliquias, que permiten imaginar la vida que llevaban allí sus habitantes: cuadernos escolares, muebles, y hasta un piano de cola (el más septentrional del mundo) quedaron en el lugar como recuerdos de un tiempo mucho mejor en el que se podía vivir caliente en el Ártico.
Svalbard fue, durante los siglos XVII y XVIII, tierra de nadie; se utilizó por tripulaciones de unos cuantos países como base para cazar ballenas, aunque posteriormente fue prácticamente abandonada. A principios del siglo XX el descubrimiento de minas de carbón y los conflictos asociados a ello por los derechos de explotación hicieron conveniente la formación de un gobierno. Tras la I Guerra Mundial y como parte de las negociaciones mantenidas en Versalles, se firmó el Tratado de Spitsbergen, que garantizaba la soberanía completa de Noruega sobre el archipiélago con ciertas limitaciones en materias como los impuestos o la defensa. Las claúsulas del tratado especificaban que todos los países firmantes tenían idéntico derecho a establecerse allí para realizar actividades de minería, pesca o caza, sujetos, eso sí, a la legislación noruega al respecto.
La montaña piramide por la que recibe el nombre el pueblo |
El pueblo está lejos de casi todo. En Svalbard casi no hay carreteras y la única manera de moverse es en barco o en motonieve. El pueblo más cercano al lugar es la capital, Logyearbyen, a unos cincuenta kilómetros de distancia. Pese al aislamiento, Pyramiden llegó a tener mil habitantes y a ser casi completamente autosuficiente. Con huertos y establos para el ganado, producían suficiente carne, verdura, leche y huevos como para mantenerse, y el frío no era un problema, puesto que el el abundante carbón permitía calentar a todo el pueblo. El asentamiento era un destino muy popular entre los trabajadores soviéticos; los contratos de dos años permitían pasar un tiempo en un lugar en el que a partir de 1958 la comida era gratuíta y existía el tiempo libre y muchas maneras de usarlo. El pueblo contaba con cine, piscina, invernadero, guardería, una sala de conciertos y auditorio, una biblioteca con más de cincuenta mil ejemplares… más del 90% de la población estaba implicada en alguna de estas actividades.
Pero llegó 1989 y cayó el Muro, y en 1991 la URSS se fue al garete. La Arktikugol sobrevivía y sobrevive gracias a las generosas subvenciones del Estado Ruso, y en los 90 el asentamiento era completamente irrentable debido a que el carbón se había convertido en muy caro de extraer. Un día de 1998 los habitantes de Pyramiden recibieron la noticia de que tenían que evacuar el pueblo a la voz de ya, y les fueron dadas 24 horas para empaquetar sus pertenencias, hacer el petate y salir de allí. Los ruskis no se andan con contemplaciones cuando de evacuar ciudades se trata. Pyramiden quedó casi completamente vacía, con sólo unas 180 personas dedicadas a empaquetar la maquinaria y los demás objetos de interés que quedaban y que, poco a poco, fueron abandonando el pueblo también, hasta dejarlo completamente vacío.
A día de hoy allí no vive nadie, y todo quedó tal y como lo dejaron sus habitantes cuando fueron expulsados de su edén ártico. Existen circuitos turísiticos que llevan al curioso viajero al lugar para que éste fisgonee entre los edificios de la ciudad fantasma. No existen restricciones para ir allí salvo las geográficas, pero está prohibido entrar en los edificios por el evidente riesgo que implica entrar en un sitio que lleva década y pico abandonado. Como en muchos otros casos, se pueden encontrar objetos personales, casi reliquias, que permiten imaginar la vida que llevaban allí sus habitantes: cuadernos escolares, muebles, y hasta un piano de cola (el más septentrional del mundo) quedaron en el lugar como recuerdos de un tiempo mucho mejor en el que se podía vivir caliente en el Ártico.
Pyramiden, la ciudad fantasma del Ártico