lunes, 27 de octubre de 2014

Unidad 731

Shinjuku escondió bajo su suelo un macabro secreto.
En el año 1989, una noticia sacudió el país del sol naciente. En plena faena de reurbanización del conocido barrio Shinjuku, centro comercial y administrativo de Tokio, aparecen centenares de restos humanos. Cinco años antes, un estudiante había descubierto en una librería de segunda mano unos documentos tomados por un oficial de la denominada Unidad o Escuadrón 731. Estas notas recogían en detalle macabros experimentos realizados en seres humanos por parte del programa de guerra biológica. Con estas evidencias, el gobierno japonés no pudo seguir ocultando por más tiempo su secreto más oscuro sobre la Segunda Guerra Mundial.

Cuarenta años antes de que se descubriera la fosa común, en Shinjuku estuvo ubicada una auténtica factoría de la muerte. Los laboratorios de la Unidad 731 fueron destruidos al final de la guerra para eliminar cualquier vestigio de su existencia. Se construyeron con mano de obra forzada china y eran conocidos como “Campo Prisión Zhong Ma”. En el centro se alzaba el “Castillo Zhong Ma”, donde se encontraban los prisioneros y un laboratorio.

Los elegidos para hacer el papel de cobaya humano eran trasladados desde la base de Manchuria y se llamaban “marutas” (troncos). Eran desde bandidos y criminales hasta “personas sospechosas”. A pesar del destino que les aguardaba, eran mantenidos en buenas condiciones, ya que su salud era vital para obtener unos buenos resultados científicos.

En 1939 y gracias a la “calidad” de los trabajos, las instalaciones se trasladan a Pingfan, en Manchuria. El complejo era tan grande como el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, e incluía edificios administrativos, laboratorios, barracones, una prisión para los sujetos sometidos a prueba, un edificio de autopsias y disecciones y tres hornos crematorios. Otro campo localizado en Mukden retenía prisioneros de guerra americanos, británicos y australianos, con los que también se experimentaba.

Shiro Ishii

Fue el teniente general Shiro Isii, un joven y brillante microbiólogo del ejército, el que encabezó estos experimentos. Se alineó con ultranacionalistas del Ministerio de Guerra de Japón y presionó con fuerza para el estudio y desarrollo de armas biológicas. Comienza sus infames experimentos en Beiyinhe, a 70 km de Harbin, en 1931.  Recordado como el padre del programa de guerra biológica de Japón, su más notable observación fue: “la guerra biológica debe tener muchas posibilidades. De otro modo, la Liga de las Naciones no la habría prohibido”.

Los experimentos

Más de 150 edificios en poco más de 6 km cuadrados
Cuando Ishii necesitaba un cerebro humano para sus experimentos, se lo encargaba a los guardias. Estos cogían un prisionero, y mientras uno lo sujetaba contra el suelo boca abajo, otro le partía el cráneo con un hacha. A continuación se le extraía chapuceramente y era transportado rápidamente al laboratorio de Ishii. Los restos del prisionero acababan en el crematorio del campo.

Los primeros experimentos se centraron principalmente en enfermedades contagiosas, como el ántrax, la peste bubónica, la fiebre tifoidea o la tuberculosis.  En una de las pruebas, guerrilleros chinos fueron inyectados con bacterias de la peste. A los doce días, padecían temperaturas de 40 ºC. Uno de ellos sobrevivió durante 19 días, tras los cuales se le practicó la autopsia en vivo.

Atado de pies y manos, un trabajador chino es diseccionado sin anestesia. El patólogo de la Unidad 731 recuerda: “sabía que todo había terminado para él, por lo que no se rebeló. Pero cuando cogí el escalpelo, empezó a gritar.

También era habitual la disección de personas vivas (incluidas mujeres en estado, embarazadas por los propios médicos). Otros no corrieron mejor suerte, y fueron envenenados con gas fosfeno o se les inyectó cianuro de potasio. Algunos sujetos fueron sometidos a tensiones de 20.000 voltios. Los que lograban sobrevivir eran utilizados para probar inyecciones letales o ser diseccionados en vida. También se les amputaban extremidades y se las intentaban colocar en otras partes de su cuerpo.

Otros experimentos consistían en exponer a los pobres prisioneros a granadas y lanzallamas para estudiar los resultados. Mujeres y hombres fueron deliberadamente infectados de sífilis y gonorrea mediante violaciones para estudiarlos posteriormente. Vital importancia cobraron los estudios sobre la congelación, ya que el frío causaba estragos entre los soldados durante su estancia en Europa. Para ello, se sometía a los prisioneros a temperaturas de hasta 30 grados bajo cero y después los golpeaban con palos hasta que el sonido se hacía seco y metálico, señal de que se habían congelado. Después, los cuerpos se descongelaban mediante técnicas experimentales, con el fin de encontrar una que se pudiera aplicar en el frente.

En uno de los documentos que se recuperaron en 1984, aparecía un diagrama que mostraba 21 sujetos de prueba atados a estacas dispuestos en formación circular. Las notas explicaban que se hacía explosionar una bomba de gérmenes en el centro del círculo para comprobar la difusión de una enfermedad cuando se diseminaba con una bomba.

En otros experimentos se colgaban personas boca abajo para determinar cuánto tiempo tardaban en ahogarse; otros consistían en la inyección de orina de caballo en los riñones o aire para supervisar la evolución de las embolias.

    “Hacía incisiones desde aquí hasta aquí [señala el cuello] y luego a lo ancho del estómago. Primero gritaban…y tardaban algunos minutos en perder la conciencia. La primera vez dudé mucho sobre lo que me ordenaban hacer. La segunda vez ya me acostumbré. La tercera ya lo hice más o menos voluntariamente. Tiene que entender que, desde nuestro punto de vista, los “troncos” estaban allí para propósitos experimentales. Los empleábamos para esto. Me enorgullezco de haber pertenecido a esta unidad. Fue la primera del mundo que usó la biología en combate.
                                                                                              Toshimi Misibushi, miembro de la Unidad 731

No se conoce con exactitud el número de víctimas que se cobró este proyecto, y probablemente nunca se llegue a saber. Las estimaciones que se han hecho hablan de que podrían ser hasta 200.000 personas las que perdieron la vida en estas experimentaciones.

La ocultación

Al finalizar la guerra, lo supervivientes relataban sus horribles experiencias en estos campos, mientras los aliados estaban muy interesados en los resultados obtenidos por Ishii, a sabiendas de que los habían utilizado en China y otros lugares con éxito. No podían permitir que los soviéticos se hicieran antes con ellos. Así pues, científicos de Fort Detrick, en Maryland (las instalaciones de guerra biológica de EEUU) se entrevistaron con varios científicos japoneses.  Por último, se selló un pacto de silencio entre los americanos y Shiro Ishii con el fin de que no trascendiera ningún dato y la opinión pública no clamara venganza. Para ello, se “advirtió” a los fiscales del Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de que no ahondaran mucho en este asunto. A los ayudantes de Ishii se les ofreció inmunidad a cambio de cooperación e información.

Aunque se hizo pública una colección de informes oficiales, los gobiernos de Japón y Estados Unidos negaron el proyecto y toda implicación. En 1987, el Ministerio de Defensa británico admitió que la Unidad 731 había estado involucrada en la guerra biológica en Pingfan, pero no en Mukden. “Es esencial guardar el más estricto secreto para proteger los intereses de Estados Unidos y mantenerlo a salvo de la turbación”, reza un expediente del cuartel general de McArthur, en el que consta también que las investigaciones en el escuadrón 731 se llevaron a cabo bajo las órdenes de la Junta de Jefes de Estado Mayor. En 1993 prescribe el secreto oficial, desclasificándose los informes de los experimentos biológicos de la Segunda Guerra Mundial.

Paradójicamente, muchos de los involucrados en los proyectos de la Unidad 731 obtuvieron variados puestos de importancia, como médicos, farmacéuticos, la presidencia de la Asociación Médica Japonesa o un cargo importante de la industria frigorífica japonesa, en el caso de un miembro del equipo de congelación. Shiro Ishii muere en 1959 de un cáncer de garganta, y aparentemente sin muestras de arrepentimiento. Nunca fue juzgado por sus crímenes.

Experimentos realizados por la unidad 731.
  • Disección de personas vivas para experimentos de laboratorio y en ocasiones asesinados simplemente para documentar la muerte. El número de personas utilizado para este fin iba de las 400 a las 600 cada año.
  • A partir de la segunda mitad de 1940, las tropas agresoras japonesas empezaron el uso a gran escala de armas bacteriológicas, y desencadenaron todo tipo de enfermedades infecciosas como el cólera, el tifus, la pestilencia, ántrax, difteria y bacteria de la disentería.
  • Congelaban a los prisioneros y los sometían a técnicas de deshidratación severas y documentaban la agonía.
  • Los exponían a bombas para aprender a curar a los heridos japoneses. Bombardearon poblados y ciudades chinas con pulgas infectadas y dieron a los niños golosinas con ántrax. Después entraban para comprobar los daños a la población y se llevaban enfermos todavía vivos para abrirlos y perfeccionar el arma.
  • Contaminaron las fuentes de agua.
  • Algunos de los experimentos llevados a cabo allí incluían inyectar a los sujetos con bacteria causantes de la peste bubónica producidas en moscas infectadas, para luego registrar la evolución de la enfermedad e incluso disecarlos en estado consciente.
Mano infectada de Antrax
Los japoneses no dejaron nada sin probar: hongos, fiebre amarilla, tularemia, hepatitis, gangrena gaseosa, tétano, cólera, disentería, fiebre escarlata, ántrax, muermo, encefalitis de las garrapatas, fiebre hemorrágica, difteria, neumonía, meningitis cerebroespinal, enfermedades venéreas, peste bubónica, tifus, tuberculosis y otras endémicas de China y Manchuria. Realizaron pruebas con cianuro, arsénico, heroína, con veneno de serpientes y de pez erizo. En este programa murieron más de 10.000 personas.

Algunos murieron como consecuencia de las investigaciones. Otros fueron ejecutados cuando quedaron tan débiles que no podían continuar en la Unidad 731 y en otros tantos puntos se hicieron tests con insectos, y todo tipo de gérmenes. Se probaba la resistencia humana al botulismo, ántrax, brucelosis, cólera, disentería, fiebre hemorrágica, sífilis y también la resistencia a los rayos X.

Aplicaciones encubiertas de los resultados obtenidos en la Unidad 731

La noche del 4 de abril de 1952, un american F-82 sobrevoló la ciudad coreana de Min- Chung. A la mañana siguiente, sus habitantes comprobaron asombrados cómo su localidad estaba sembrada de ratones de campo, algunos incluso sobre los tejados de sus casas. Muchos tenían las patas fracturadas. Cuatro de esos roedores fueron llevados a un laboratorio donde confirmaron que eran portadores de la peste.

Durante la guerra de Corea, el presunto empleo por parte EEUU de armas bacteriológicas causó una gran alarma internacional. En sus incursiones a través del río Yalu, los distritos de Liaotung, Liaosi y China, los americanos espolvorearon plumas de aves de corral infectadas con ántrax, causando un elevado número de víctimas. Las plumas eran el vehículo preferido de la Unidad 731 para la propagación de enfermedades.

Estos y otros incidentes causaron tal revuelo que se creó un organismo internacional para investigar los hechos. Sus hallazgos se publicaron en el Report of the International Scientific Commission for the facts Concerning Bacterial Warfare in Korea and China. EEUU negó rotundamente las acusaciones.

A pesar de todo esto, hay testigos presenciales de la más que probable utilización de armas biológicas por parte de los aliados. Entre ellos, un sargento del pelotón del regimiento Middlesex, que durante la retirada conocida como “Pusan Derby” observó una actividad extraña en la policía americana. Estos soldados, de los que ninguno llevaba identificación alguna, llevaban guantes y mascarillas y se encontraban esparciendo plumas cerca de las casas del pueblo. En ese momento, se le ordenó abandonar el lugar inmediatamente. Tres o cuatro meses después, cuando las fuerzas de las Naciones Unidas avanzaron, el mismo sargento observó cientos de cadáveres de soldados chinos que habían muerto de cólera, según le informaron.

Unidad 731
Según el propio libro de Ishii, los militares de EEUU también llevaron a cabo un programa secreto donde los ciudadanos de su propio país fueron las víctimas involuntarias. Este programa estaba justificado por la apremiante Guerra Fría. Así, durante 1955, en Tampa Bay (Florida), la CIA “liberó” bacterias del arsenal del ejército estadounidense. El experimento se saldó con doce víctimas mortales y un aumento significativo de la tos ferina. Hoy en día este experimento continúa siendo secreto.

A finales de 1950, de nuevo el ejército lleva a cabo una serie de pruebas en Georgia y Florida. Desde un avión se esparcen miles de mosquitos en zonas residenciales (otra técnica de Ishii). Decenas de personas caen enfermas y  algunas mueren. Después de cada batida, los propios militares, haciéndose pasar por funcionarios de salud pública, someten a las víctimas a diversos test médicos. Se cree que los mosquitos estaban infectados por una cepa de la fiebre amarilla. Estos experimentos también permanecen clasificados.

Pero no sólo se utilizaron zonas rurales como blanco. Durante cinco días, en 1966, se roció un bacilo en el metro de Nueva York para estudiar cómo se distribuía por el entramado de túneles subterráneos. Y de nuevo en 1950, se pulverizaron nubes de bacterias contaminadas sobre San Francisco, una de ellas desarrollada en el complejo secreto Porton Down de Gran Bretaña. Los científicos llegaron a la conclusión de que casi todos sus 800.000 habitantes se habrían infectado. Posteriormente, el ejército de los EEUU confesó, durante una audiencia a puerta cerrada en el Senado, que se habían  llevado a cabo 239 test al aire libre a lo largo de 20 años.

Cuando la Convención sobre Armas Biológicas entra en vigor en 1997, la guerra química y biológica fue declarada ilegal. La presión de los EEUU tuvo mucho que ver en esta decisión. Teniendo en cuenta la relación costo/efectividad de este tipo de armas, los americanos estaban preocupados de que las naciones menos desarrolladas pudieran adquirirlas fácilmente. Pero la experimentación y el desarrollo de estas peligrosas armas continuaron a puertas cerradas.

Lo que queda del escuadrón 731 en la actualidad
Hoy en día el temor surge de los avances en ingeniería genética. Existen indicios de que las armas genéticas de “genes específicos” pueden ser una realidad muy cercana en el tiempo. Douglas J. Feith, subsecretario de Defensa para la política de negociaciones, declaró que “ahora es posible sintetizar agentes de guerra biológica adaptados a los presupuestos militares. La tecnología que hace posible las drogas de diseño también permite diseñar armas biológicas.”

Michael Riconosciuto, ex agente de la CIA, mostró su preocupación por conocer de primera mano la evolución de las armas genéticas en los EEUU, concretamente de las “armas biotecnológicas”. Estas consistirían en anticuerpos monoclonales letales (unos genes específicos) que son capaces de distinguir características raciales. Según Riconosciuto, podrían ser liberados en una gran ciudad de EEUU y aniquilar a todos los negros y asiáticos, sin dañar al resto de ciudadanos.

Los gobiernos observan con recelo la proliferación de las armas biológicas, consideradas como “las bombas nucleares del pobre”, ya que son a la vez atractivas y asequibles. Sobre todo temen que grupos terroristas puedan utilizarlas en grandes núcleos de población, como el ataque con gas sarín en el metro de Tokio que tuvo lugar en 1995 por parte supuestamente de la secta Aum Shinriyko.

Os dejo con la primera parte de la película Men behind the sun, largometraje que se grabó sobre la División 731: