jueves, 12 de marzo de 2015

Las espadas de Damasco

Fue durante las Cruzadas, cuando el misterio de las espadas de Damasco hizo acto de presencia en medio de los campos de batalla. ¿De dónde habían salido? Los caballeros cristianos no acababan de comprender qué tipo de armas usaban las huestes sarracenas, tal era su fortaleza y el impacto de las heridas que causaban, que, en ocasiones, se llegaba a pensar que el mismo Lucifer las había forjado en su fragua.

Dice la leyenda, que “podían cortar un velo de seda en el aire o partir una piedra sin que apareciera un sola muesca en su filo”. ¿Cómo podía ser? ¿Quién las había creado? Hoy en día, las espadas de Damasco han dejado su testimonio en los cuchillos elaborados con el llamado “acero damasquino”. Este sigue considerándose un material excepcional y de dureza casi eterna. Una historia originada en un pasado lleno de misticismo, que ha forjado su brillante leyenda.


El origen de las espadas de Damasco

La verdad es que el origen de las espadas de Damasco va un poco más atrás de las propias Cruzadas, pero fue en ese momento cuando emergió su fama y su leyenda. Los caballeros cristianos solían decir de ellas que eran forjadas al rojo vivo y después, templadas en el cuerpo de prisioneros valientes y de gran fortaleza, para así, “captar su espíritu”.

Las espadas de Damasco eran muy temidas. Eran capaces de partir a un hombre en dos, apenas pesaban y sus filos nunca se dañaban. Ningún europeo conocía el origen de aquella arma sagaz y mortífera. En más de una ocasión llegaron a hacer prisionero a algún herrero sirio, pero éstos, preferían morir antes que revelar la técnica con la que elaboraban el acero damasquino. El misterio se convirtió en leyenda, y más tarde en mito.

Aunque, en realidad, detrás de la leyenda y el misterio se tejía toda una historia mucho más compleja e interesante. Bien es cierto que fue durante las Cruzadas cuando las espadas de Damasco salieron a la luz en los campos de batalla, pero en realidad, se sabe que en la India venían forjando un material muy parecido desde el año 300 a.C. Según numerosos estudios e investigaciones, en Sri Lanka desarrollaron una técnica tan compleja como fascinante en la cual, se añadía vidrio al hierro fundido mientras se calentaba con carbón vegetal. Lo que hacía el vidrio era conseguir que las impurezas acendieran hacia la superficie mientras el hierro se enfriaba.

Más tarde, esta técnica fue llevada a zonas de Oriente Medio, donde los fundidores solían mezclar el mineral de hierro con madera, hojas y carbón en un tipo de hornos muy especiales, que alcanzaban temperaturas de 1.200 grados. Era entonces cuando este mineral se fundía con el carbón, consiguiendo que el hierro tuviera una aleación muy especial. Pero el proceso no terminaba aquí, sino que volvían a fundirlo para crear una especie de pasta o “discos wootz” que, posteriormente, eran exportados a otros países para forjar las armas.

Una vez llegado a su destino, los herreros calentaban los discos wootz hasta unos 650 u 850ºC  (una temperatura relativamente baja) para darles forma nuevamente, y así, forjar las espadas. Lo que las distinguía de las clásicas espadas cristianas era que aquellas, estaban elaboradas con un acero en el que había muy poco carbono.

Por su parte, las magníficas espadas de Damasco, disponían de un hierro muy rico en carbono, y además, en las ultimas fases de forja, la temperatura con la que trabajaban era relativamente baja, perfecto para que el hierro admitiese el máximo carbono, permitiendo a su vez, que el cristal dejara emerger las impurezas de otros metales como el wolframio. De ahí, que si a día de hoy tienes la suerte de ver una espada de Damasco o de adquirir un cuchillo de acero damasquino, verás un veteado muy llamativo y característico.

Fascinante. La leyenda de las espadas de Damasco estuvo presente durante mucho tiempo con un magnífico halo de misterio, hasta que la ciencia y la insaciable curiosidad humana develaron ese simple proceso que tanto temor suscitó entre los cruzados.