Era una de tantas noches en las que el manto estrellado ocultaba el denso paraje hurdano, bello y salvaje eternamente. Tiempos donde la mayoría de los hurdanos sobrevivían con lo que se llababan de Estraperlo, actividad que obligaba a los hurdanos a tener que faenar por las noches.
Julián Sendín era una de las personas obligadas por la dura época a tener que transportar sacos de harina y trigo en la noche hurdana, pero lo que no sabía era que su vida iba a cambiar una noche de Agosto de 1947. Se disponían a regresar a través de caminos abruptos por las cercanías fronterizas con el territorio salmantino hacia la alquería del Rubiaco cuando algo interrumpió la inmensa calma de la oscuridad del monte.
Sendín narraba cómo el eco de unas voces y extraños sonidos estruendosos, que en principio se perdían en la inmensidad del paraje, se aproximaban cada vez más a donde estaba él y sus dos compañeros. Aterrados por la fría idea de que fueran guardias que se hubieran atrevido a pernoctar para vigilar dichas actividades nocturnas se escondieron en la maleza de lugar en completo silencio. Las voces y los ruidos cada vez sonaban más cercanos, pero la realidad era aún más aterradora. Justo en medio del camino un ser enorme, como solo se puede puntualizar para algo o alguien de más de dos metros de altura, hizo acto de presencia un ente luminoso, aterrador y extraño que andaba de una forma antinatural.
Los sonidos parecían seguir a aquella aterradora imagen mientras que lentamente recorría el camino ajeno a los intrusos escondidos en la maleza, haciendo los segundos como si fueran horas. Pero había algo aún más inquietante en aquella extraña figura, y era que a pesar de sus más de dos metros de altura, no tenía cabeza y mostraba las palmas de las manos inmóviles mientras sus zancadas seguían siendo antinaturales.
Los tres compañeros no podían dar crédito de lo que estaban viendo y quedaron atónitos sin aliento hasta que aquella figura se perdió en la oscuridad de la noche y los ruidos cesaron. Pasaron minutos hasta que uno de ellos se atrevió a articular palabra. Recogieron todos sus enseres y volaron de allí como alma que lleva al diablo. Se prometieron no volver a pisar aquella zona de noche y jamás olvidarían la pesadilla que vivieron duran interminables segundos en medio del paraje hurdano.
Desde entonces ha habido diferentes testimonios que afirman haber visto algo parecido en las inmediaciones. Inclusive los mismos hurdanos aconsejan disfrutar del bello paraje bajo la luz del día. Y es cierto que quién se atrevería a cruzar de noche los senderos misteriosos de esta mágica región con la fría y aterradora posibilidad de encontrarse con el Descabezado de Rubiaco.
Julián Sendín era una de las personas obligadas por la dura época a tener que transportar sacos de harina y trigo en la noche hurdana, pero lo que no sabía era que su vida iba a cambiar una noche de Agosto de 1947. Se disponían a regresar a través de caminos abruptos por las cercanías fronterizas con el territorio salmantino hacia la alquería del Rubiaco cuando algo interrumpió la inmensa calma de la oscuridad del monte.
Sendín narraba cómo el eco de unas voces y extraños sonidos estruendosos, que en principio se perdían en la inmensidad del paraje, se aproximaban cada vez más a donde estaba él y sus dos compañeros. Aterrados por la fría idea de que fueran guardias que se hubieran atrevido a pernoctar para vigilar dichas actividades nocturnas se escondieron en la maleza de lugar en completo silencio. Las voces y los ruidos cada vez sonaban más cercanos, pero la realidad era aún más aterradora. Justo en medio del camino un ser enorme, como solo se puede puntualizar para algo o alguien de más de dos metros de altura, hizo acto de presencia un ente luminoso, aterrador y extraño que andaba de una forma antinatural.
Los sonidos parecían seguir a aquella aterradora imagen mientras que lentamente recorría el camino ajeno a los intrusos escondidos en la maleza, haciendo los segundos como si fueran horas. Pero había algo aún más inquietante en aquella extraña figura, y era que a pesar de sus más de dos metros de altura, no tenía cabeza y mostraba las palmas de las manos inmóviles mientras sus zancadas seguían siendo antinaturales.
Los tres compañeros no podían dar crédito de lo que estaban viendo y quedaron atónitos sin aliento hasta que aquella figura se perdió en la oscuridad de la noche y los ruidos cesaron. Pasaron minutos hasta que uno de ellos se atrevió a articular palabra. Recogieron todos sus enseres y volaron de allí como alma que lleva al diablo. Se prometieron no volver a pisar aquella zona de noche y jamás olvidarían la pesadilla que vivieron duran interminables segundos en medio del paraje hurdano.
Desde entonces ha habido diferentes testimonios que afirman haber visto algo parecido en las inmediaciones. Inclusive los mismos hurdanos aconsejan disfrutar del bello paraje bajo la luz del día. Y es cierto que quién se atrevería a cruzar de noche los senderos misteriosos de esta mágica región con la fría y aterradora posibilidad de encontrarse con el Descabezado de Rubiaco.
El Decapitado de las Hurdes