Durante días un frío insoportable aquejaba a los ciudadanos londinenses, ya que un anticiclón había sumido Londres en unas bajas temperaturas que no eran habituales ni siquiera en esa época del año. El frío era cada vez más intenso por lo que la quema de combustibles fósiles (carbón, queroseno y madera) en los últimos tres meses aumentó de forma drástica. Todos los hogares, locales y empresas trataban de combatir las gélidas temperaturas por lo que la polución del aire aumentaba de forma exponencial. Este aire tóxico habitualmente alcanzaba capas superiores de la atmósfera y no resultaba mortal…
Sin embargo, ese año las cosas no sucedieron tal y como estaba esperado. El frío en lugar de mitigarse seguía aumentando, las fuentes públicas se congelaban y esto se agravó por la incapacidad de los servicios energéticos en suministrar energía suficiente a la industria, que a su vez aumentó la quema de combustibles fósiles en fábricas y el sector de transporte.
Una gran nube tóxica
Como muchos sabréis el aire caliente tiende a subir y el frío que es más denso se queda en las capas inferiores de la atmósfera, eso provoca un movimiento de circulación atmosférica.
Pero ese invierno las bajísimas temperaturas provocaron que ese movimiento que habitualmente “limpia” el aire que respiramos se detuviera. El resultado fue una inversión térmica que causó que la polución que se iba acumulando sobre la ciudad quedara atrapada en una bolsa de aire que continuó enfriándose quedando a pocos metros del suelo.
El combustible quemado y la polución de carbón descendió en la ciudad sin disiparse, este clima tóxico causó la muerte de más de doce mil personas y dejó más de cien mil personas con enfermedades respiratorias y pulmonares. El ambiente se convirtió en una trampa de polución y otros contaminantes que circulan por el aire. Este evento es considerado el peor incidente de polución ambiental en la historia del Reino Unido.
En aquella época existían dos factores adicionales mas para convertir aquella nube en letal. Por una parte el carbón empleado era de mala calidad y generaba una mayor cantidad de dióxido de azufre y por otra los vehículos de la época utilizaban diesel, el cual es más contaminante.
Las partículas de hollín junto con el smog de los vehículos se combinaron con la neblina dándole un color amarillo y negro, la ausencia del viento permitió que esta ambiente tóxico se acumule en toda la ciudad.
La caída de una neblina mortal
El 5 de diciembre de 1952, la población londinense se percató de que la neblina estaba extrañamente espesa y oscura. En un principio no hubo una alarma general, las personas lo tomaron como una curiosidad, pero al día siguiente se volvió evidente que era un gran problema cuando los hospitales se llenaron de pacientes que padecían serias complicaciones respiratorias.
Los locales comerciales cerraron de inmediato, mientras que las autoridades pusieron en marcha un plan de contingencia para controlar a la asustada población que había empezado a ejercer saqueos, provocaron incendios y se agrupaban en protestas y disturbios masivos. El tráfico terrestre y aéreo quedó paralizado y las autoridades se encontraban ante un caos completo. El impacto económico hacía tambalearse a la economía de todo el país y nadie sabía cuanto tiempo duraría la “niebla asesina”.
El 7 de diciembre se convirtió en el peor día para la población de Londres tras darse cuenta que no sólo era una catástrofe económica y ambiental, también estaba generando una alarmante cantidad de muertos. La semana que la nube cubrió Londres fallecieron al menos 4.000 personas, un número de bajas que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial.
Los efectos secundarios
Cuando se levantó la neblina el 9 de diciembre, se descubrió el número real de víctimas y todos los efectos secundarios que esta dejó en su camino. Decenas de miles de personas mostraban infecciones respiratorias y obstrucción de las vías nasales junto con problemas pulmonares. Durante las semanas posteriores a la niebla negra murieron 8.000 personas por estas infecciones. En total la nube tóxica causó la muerte directa de 12.000 personas.
Las víctimas que fallecieron durante este tiempo, sucumbieron por infecciones en las vías respiratorias que les obstruían las vías con pus que se producía en los pulmones, esta infección producida por la neblina contaminada les acababa matando por hipoxia (falta de oxígeno). Las principales infecciones pulmonares eran bronconeumonía o un agudo caso bronquitis purulenta, la cual se sobreponía a la bronquitis crónica.
Medidas para evitarlo de nuevo
Tras la tragedia, el costo de víctimas y daños en la ciudad se desarrollaron leyes y regulaciones como el Acta de Aire Limpio en 1956. Eso no impidió un segundo caso similar que por suerte no tuvo tanto impacto en 1962, en aquella ocasión fallecieron aproximadamente 700 personas. Una segunda acta en 1968 mejoró las condiciones para prevenir eventos de magnitudes.
En 1953, el teniente coronel Lipton comentó en la Casa Común que la neblina había matado, en su mayoría, a personas muy jóvenes (sobre todo niños) o ancianos, también añadió que muchas de las víctimas ya sufrían enfermedades respiratorias.
Actualmente las fuertes regulaciones ambientales han logrado purificar el aire de Londres, la contaminación se ha reducido y no se han vuelto a producir por más de 50 años. Una lección que por desgracia tuvo que ser aprendida de la más trágica de las formas.
Sin embargo, ese año las cosas no sucedieron tal y como estaba esperado. El frío en lugar de mitigarse seguía aumentando, las fuentes públicas se congelaban y esto se agravó por la incapacidad de los servicios energéticos en suministrar energía suficiente a la industria, que a su vez aumentó la quema de combustibles fósiles en fábricas y el sector de transporte.
Una gran nube tóxica
Como muchos sabréis el aire caliente tiende a subir y el frío que es más denso se queda en las capas inferiores de la atmósfera, eso provoca un movimiento de circulación atmosférica.
Pero ese invierno las bajísimas temperaturas provocaron que ese movimiento que habitualmente “limpia” el aire que respiramos se detuviera. El resultado fue una inversión térmica que causó que la polución que se iba acumulando sobre la ciudad quedara atrapada en una bolsa de aire que continuó enfriándose quedando a pocos metros del suelo.
El combustible quemado y la polución de carbón descendió en la ciudad sin disiparse, este clima tóxico causó la muerte de más de doce mil personas y dejó más de cien mil personas con enfermedades respiratorias y pulmonares. El ambiente se convirtió en una trampa de polución y otros contaminantes que circulan por el aire. Este evento es considerado el peor incidente de polución ambiental en la historia del Reino Unido.
En aquella época existían dos factores adicionales mas para convertir aquella nube en letal. Por una parte el carbón empleado era de mala calidad y generaba una mayor cantidad de dióxido de azufre y por otra los vehículos de la época utilizaban diesel, el cual es más contaminante.
Las partículas de hollín junto con el smog de los vehículos se combinaron con la neblina dándole un color amarillo y negro, la ausencia del viento permitió que esta ambiente tóxico se acumule en toda la ciudad.
La caída de una neblina mortal
El 5 de diciembre de 1952, la población londinense se percató de que la neblina estaba extrañamente espesa y oscura. En un principio no hubo una alarma general, las personas lo tomaron como una curiosidad, pero al día siguiente se volvió evidente que era un gran problema cuando los hospitales se llenaron de pacientes que padecían serias complicaciones respiratorias.
Los locales comerciales cerraron de inmediato, mientras que las autoridades pusieron en marcha un plan de contingencia para controlar a la asustada población que había empezado a ejercer saqueos, provocaron incendios y se agrupaban en protestas y disturbios masivos. El tráfico terrestre y aéreo quedó paralizado y las autoridades se encontraban ante un caos completo. El impacto económico hacía tambalearse a la economía de todo el país y nadie sabía cuanto tiempo duraría la “niebla asesina”.
El 7 de diciembre se convirtió en el peor día para la población de Londres tras darse cuenta que no sólo era una catástrofe económica y ambiental, también estaba generando una alarmante cantidad de muertos. La semana que la nube cubrió Londres fallecieron al menos 4.000 personas, un número de bajas que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial.
Los efectos secundarios
Cuando se levantó la neblina el 9 de diciembre, se descubrió el número real de víctimas y todos los efectos secundarios que esta dejó en su camino. Decenas de miles de personas mostraban infecciones respiratorias y obstrucción de las vías nasales junto con problemas pulmonares. Durante las semanas posteriores a la niebla negra murieron 8.000 personas por estas infecciones. En total la nube tóxica causó la muerte directa de 12.000 personas.
Las víctimas que fallecieron durante este tiempo, sucumbieron por infecciones en las vías respiratorias que les obstruían las vías con pus que se producía en los pulmones, esta infección producida por la neblina contaminada les acababa matando por hipoxia (falta de oxígeno). Las principales infecciones pulmonares eran bronconeumonía o un agudo caso bronquitis purulenta, la cual se sobreponía a la bronquitis crónica.
Medidas para evitarlo de nuevo
Tras la tragedia, el costo de víctimas y daños en la ciudad se desarrollaron leyes y regulaciones como el Acta de Aire Limpio en 1956. Eso no impidió un segundo caso similar que por suerte no tuvo tanto impacto en 1962, en aquella ocasión fallecieron aproximadamente 700 personas. Una segunda acta en 1968 mejoró las condiciones para prevenir eventos de magnitudes.
En 1953, el teniente coronel Lipton comentó en la Casa Común que la neblina había matado, en su mayoría, a personas muy jóvenes (sobre todo niños) o ancianos, también añadió que muchas de las víctimas ya sufrían enfermedades respiratorias.
Actualmente las fuertes regulaciones ambientales han logrado purificar el aire de Londres, la contaminación se ha reducido y no se han vuelto a producir por más de 50 años. Una lección que por desgracia tuvo que ser aprendida de la más trágica de las formas.
La niebla asesina de Londres