miércoles, 30 de octubre de 2013


Tom Busby era un canalla, uno de esos que pasan más tiempo borrachos que sobrios y se ganan la vida robando, estafando y engañando. A pesar de estas “cualidades” personales, o tal vez haciendo uso de ellas, logró enamorar a la belleza local de Kirby Wiske (Yorkshire), y se casó con ella aun contando con la tenaz oposición del padre de la muchacha, quien meses después de la boda todavía no perdía la esperanza de recuperar a su hija de las garras de semejante villano.

Una noche, tras regresar de la taberna, Busby entró en casa y se encontró a su suegro esperándole sentado tranquilamente sobre su silla favorita, una vieja silla de roble con respaldo alto. Montó en cólera al oír cómo el padre de su mujer le comunicaba que aquella misma noche tenía la intención de llevársela con él de regreso al hogar familiar. Sin miramientos, lo cogió de las solapas y lo arrojó a la calle.

Probablemente Busby se encontraba muy ebrio. Tras darle vueltas de forma obsesiva a la idea de que su suegro no cejaría hasta arrebatarle su mujer, se dirigió a la casa de este, irrumpió en ella y lo asesinó, dicen que estrangulándolo con sus propias manos. Busby fue detenido, juzgado y condenado a morir en la horca. La sentencia se ejecutó en un lugar muy próximo a donde la pareja había vivido. Corría el año 1702.

En la actualidad, la casa de Tom Busby es una taberna que, en su honor, se llama “The Busby Stoop Inn” y que lleva muchas décadas abierta. Se dice que su fantasma puede verse algunas veces paseando por ella, con la soga todavía al cuello, y que una vieja silla conservada allí hasta finales de los años 70 es la suya y está maldita. Cuentan que mientras lo arrastraban a los calabozos, Busby juró que cualquiera que se sentase en ella moriría al poco tiempo de una tan forma repentina y violenta como él. Y, según afirman, la maldición ha venido cumpliendose desde hace casi tres siglos.

A la silla se le atribuyen más de sesenta víctimas, aunque estas siempre podrían explicarse por la casualidad. Entre ellas se cuenta un piloto de la RAF muerto en combate; un automovilista fallecido a causa de un accidente de tráfico; un autoestopista atropellado tras salir de la taberna… Estas personas murieron después de sentarse en la vieja silla del Busby Stoop Inn, dentro de un plazo que va de minutos a meses. En principio nada anormal, más allá de la coincidencia.

No obstante, el propietario de la taberna durante los años 70, Simon Theakston, afirmaba estar convencido de que la maldición era auténtica, y consideraba que durante los últimos 200 años se habían producido demasiadas muertes relacionadas con la silla como para tratarse de una casualidad. En 1978 decidió deshacerse de ella entregándola al Thirsk Museum, en donde se exhibe desde entonces, sujeta por cadenas al techo de una sala para que de esta manera nadie pueda sentarse en ella.