martes, 29 de octubre de 2013

Dos famosas escuelas tuvo Toledo: la de traductores y la de Nigromancia, en la que sabios hombres llegados de todo el mundo intentaban conocer los misterios de la llamada “Ars Toletana”, magia en estado puro que transformaba a los hombres en famosos nigromantes, brujos, hechiceros… De entre todos destacó el marqués Enrique de Villena. Hasta su muerte estuvo rodeada por el misterio.

Nacido en 1384, fue hijo de Pedro de Aragón, condestable de Castilla y II marqués de Villena, y de Juana de Castilla, hija ilegítima de Enrique II de Castilla y Elvira Íñiguez,1 y nieto de Alfonso de Aragón y Foix, I marqués de Villena. Quedó huérfano a temprana edad cuando su padre murió en la Batalla de Aljubarrota (1385).

Quedándose a cargo su abuelo, vivió en su infancia en la corte de Enrique II, que lo crio, y luego en la de Enrique III. Era un hombre de profundos conocimientos y vasta erudición.Su obra abarcó numerosos temas, ya que en su vida cultivó variedad de ciencias desde la medicina, la teología, astronomía e incluso la poesía. Pero donde más destacó fue en la traducción de textos a diversas lenguas. Algunas de sus obras fueron destruidas, otras en cambio dudan su propia autenticidad. Fue personaje discutido en su tiempo e incluso después.Su fama, más como mago que como literato, inspiró a Ruiz de Alarcón, Rojas Zorrilla, Larra, Quevedo y Hartzenbusch, quienes le convirtieron en personaje de alguna de sus obras.Según una conocida leyenda, el Marqués estudió artes nigrománticas con el mismísimo Diablo en la Cueva de Salamanca.

Entrando por la Puerta del Cambrón y esquivando a caballeros, religiosos, soldados, hidalgos, pillos y pobres de solemnidad, que infestaban las calles, dejando a un lado el monasterio de San Juan de los Reyes (en el que debieron descansar los restos de los Reyes Católicos) y perfilando las murallas de la judería se llegaba al palacio de Don Enrique, situado junto a lo que hoy se conocen como jardines del Tránsito. Allí pasaba días y noches enfrascado en sus lecturas el noble, con libros traídos desde las bibliotecas más importantes del mundo, sin preocuparle que la temible Inquisición le pidiera cuentas por sus lecturas. La Alquimia era la pasión de nuestro noble, pero no con el objetivo de conseguir el preciado metal, como otros pretendían, pues no ansiaba más riquezas que las que tenía sino más bien, siendo ya anciano, buscaba la forma de esquivar a la negra muerte, que no muy lejos acechaba.

Con el transcurrir de los años, y gracias a las numerosas lecturas acumuladas, a su cargo como Gran Maestre de la Orden de Calatrava y a la experiencia en los sótanos de su inmenso palacio, Don Enrique era ya un afamado nigromante, y se rumoreaba por la ciudad que había sido capaz de elaborar un misterioso brebaje que lo devolvería a la vida tras la muerte.

No muy lejos quedaban estos rumores, pues el noble preparaba ya su “muerte”, habiendo indicado a su más fiel criado los pasos a realizar cuando este penoso trance sucediese. Ordenó a su criado que cuando muriera no avisara a nadie, más bien que ocultara totalmente el hecho, disfrazándose con sus ropas y acudiendo cada día a misa de 8 en la cercana iglesia de Santo Tomé. Las instrucciones no se quedaban ahí pues también le mostró en el sótano un gran matraz de vidrio en el que debería introducir su cadáver, previo descuartizamiento para que los pedazos pudieran entrar sin problema alguno y en su totalidad.

El criado, temeroso de su amo, y poseído por una poderosa superstición acumulada durante los años de observar a su señor hacer los más terribles hechizos y encantamientos, decidió obedecer, y una vez muerto Don Enrique, cumplió a la perfección sus encargos.

Acudía cada día a misa de 8, hasta que una mañana sucedió lo imprevisible: volviendo al palacio, magníficamente disfrazado y cubierta la cara con una espesa bufanda, tuvo la desdicha de quedarse atrapado en un callejón con la comitiva del viático, que se encaminaba a dar la extremaunción a algún moribundo. Otros caballeros próximos al criado se aprestaron a descubrirse y arrodillarse ante la comitiva, y conociendo al marqués (al menos por sus ropajes) y viendo que no se descubría se lo recriminaron, por ser una grave ofensa. Entre acusaciones, se percataron de que aquél al que recriminaban no era Don Enrique, y obligaron al criado a confesar el paradero de su señor… Avisaron raudos a los alguaciles temiéndose lo peor y estos, acompañando al criado entraron en la casa buscando al noble, sin resultado alguno. Viéndose acorralado y acusado ya de asesinato, el criado confesó todo, acompañando a los alguaciles al sótano en el que se encontraba el terrible matraz. Estos poco quisieron avanzar, impresionados por lo lúgubre del lugar y por los numerosos grandes volúmenes y herramientas desconocidas que se alojaban, y decidiendo que poca autoridad allí tenían, avisaron de inmediato a la Inquisición.

Ubicación del palacio del marqués de VillenaCon más hombres y protegidos por los imponentes representantes inquisitoriales, descendieron a los sótanos, comprobando atónitos como en un enorme matraz, un ser amorfo y deforme había empezado a formarse. El miedo ante el ser infernal que allí había hizo que uno de los inquisidores, con más valor que los demás, diera un fuerte golpe al vidrio, que rompió, interrumpiendo la transmutación del marqués de Villena.

Narra la leyenda que el ser, formando una masa deforme, en el suelo y ya fuera del líquido que lo mantenía, poco antes de perder la vida o lo que fuera que aún quedara del marqués, exhaló un terrible alarido que pudo ser oído en las proximidades del palacio.

Tras su muerte definitiva, sobre el palacio del marqués algunos creyeron ver un carro tirado por dragones con colas de fuego, que llevó el alma del mago a lo más profundo del Infierno.

Este palacio terminaría sus días hacia 1525, según narra la tradición, ardiendo en un incendio provocado por su propietario tras alojar durante su estancia en Toledo al condestable de Borbón, traidor a su rey, hecho narrado en la leyenda “Un castellano leal” (aunque este hecho no está muy contrastado). Más tarde, y sobre un edificio de nueva construcción en este mismo solar, el Greco pintó la gran mayoría de sus obras (y no en lo que actualmente se conoce como “Casa del Greco”) En la actualidad, el paseo del Tránsito ocupa parte del lugar en el que se ubicó este palacio.