En la mitología griega, la Sibila de Cumas era natural de Eritrea, ciudad importante de Jonia (en la costa oeste de la actual Turquía). Su padre era Teodoro y su madre una ninfa. Se cuenta de ella que nació en una gruta del monte Córico. Nació con el don de la profecía y hacía sus predicciones en verso. Se la conocía como Sibila de Cumas porque pasó la mayor parte de su vida en esta ciudad situada en la costa de Campania (Italia).
En la Antigüedad se la consideró como la más importante de las diez sibilas conocidas. A ésta se la llamaba también Deífoba, palabra que significa deidad o forma de dios. Apolo era el dios que inspiraba las profecías de las sibilas y prometió que concedería un deseo a la sibila de Cumas.
Ella cogió un puñado de arena en su mano y pidió vivir tantos años como partículas de tierra había cogido; pero se le olvidó pedir la eterna juventud, así es que con los años empezó a consumirse tanto que tuvieron que encerrarla en una jaula que colgaron del templo de Apolo en Cumas. Cuando los niños le preguntaban en griego cuál era su mayor deseo, su única respuesta era «Quiero morir». La leyenda dice que vivió nueve vidas humanas de 110 años cada una.
Sibila, la guía del más allá
El culto de Apolo era nigromántico, dedicado a los difuntos y al otro mundo. En el sexto libro de La Eneida, de Virgilio, escrita entre el 29 y el 19 aC, la sibila de Cumas aparece como guía al más allá. Eneas, el héroe troyano, acude en consulta a su santuario, «una caverna enorme y oscura» situada bajo el templo de Apolo. Ella le entrega la Rama Dorada, credencial mágica para el más allá, y luego les guía, a él y a sus hombres, a las puertas del mismo, en el lago Averno.
Este enigmático lago, a sólo 4 Km. de Pozzuoli, se sigue llamando Averno. Rodeado en otros tiempos de bosques sombríos, que plasmó con mágico estilo el pintor Turner, en la actualidad presenta un aspecto diferente debido a las erupciones volcánicas y a las urbanizaciones. A pesar de ello, sigue siendo un paraje cautivador, un lago profundo y sulfuroso que llena el cráter de un volcán, y cuyos vapores letales, según la tradición, impiden que los pájaros lo sobrevuelen. Al parecer, a este fenómeno debe su nombre, que podría derivarse del griego adornos, «carente de pájaros».
Los libros sibilinos
La sibila de Cumas se presentó en cierta ocasión ante el rey romano Lucio Tarquinio el Soberbio como una mujer muy anciana y le ofreció nueve libros proféticos a un precio extremadamente alto. Tarquinio se negó pensando en conseguirlos más baratos y entonces la sibila destruyó tres de los libros. A continuación le ofreció los seis restantes al mismo precio que al principio; Tarquinio se negó de nuevo y ella destruyó otros tres. Ante el temor de que desaparecieran todos, el rey aceptó comprar los tres últimos pero pagó por ellos el precio que la sibila había pedido por los nueve.
Estos tres libros fueron guardados en el templo de Júpiter en la ciudad de Roma y eran consultados en situaciones muy especiales. Son los llamados Libros sibilinos. Estaban escritos en griego, en hojas de palmera, que posteriormente pasaron a papiro.
Los romanos del siglo II a. C., en tiempos de la República, apreciaban mucho estos libros y los guardaban en un colegio formado por 10 sacerdotes menores llamados decen viri sacris faciundis. En situaciones de crisis los consultaban para ver si había una profecía que pudiera aplicarse a la situación del momento.
En el año 83 a. C. el fuego destruyó los Libros sibilinos originales y hubo que formar una nueva colección para lo que el Senado envió a Troya, Samos, Eritrea y otras partes a recoger los libros sibilinos que pudieran encontrarse y Augusto mandó encerrarlos en dos arcas. Estos libros tampoco han llegado hasta nuestros días porque en el año 405 el general romano Estilicón ordenó su destrucción debido a que los libros profetizaban que él pretendía tomar el poder.
La localización del Oráculo
En la acrópolis de Cumas existía una cueva considerada tradicionalmente como la de la sibila. Sin embargo, al realizarse excavaciones (en los años 20) se descubrió que su tamaño era mayor de lo que se pensaba, una enorme galería de 183 m, con aberturas para iluminación y cisternas de agua adosadas. Esta galería atravesaba la colina hasta el otro extremo, identificándosela de inmediato con unas instalaciones militares construidas por orden del general romano Agripa (c 63-12 a.C).
En 1932 se descubrió en las cercanías otra caverna, que los arqueólogos identificaron como la de la sibila. Se accede a ella a través de una galería de 107 m de longitud; Hay, además, otras 12 galerías laterales más cortas, que se abren en la ladera de la colina y que sirven de iluminación.
La galería principal termina en un vestíbulo con un par de bancos de piedra. Le sigue una cámara abovedada. Quizá los visitantes aguardaran sentados en aquellos bancos para consultar a la sibila, oculta al otro lado de la puerta que separaba el vestíbulo del santuario interior. O probablemente se encontraran en un estado de exaltación anticipada, pues durante el día las franjas alternas de luz y oscuridad producidas por las galerías laterales hacían que la persona que acudía desde el interior hiciera su aparición y se ocultase sucesivamente.
Las galerías de iluminación podían también impresionar de otro modo a los visitantes del santuario. Al igual que otras aberturas encontradas en oráculos como el de Malta, éstas podían producir el estudiado «efecto especial» que describe Virgilio: «Una gran ladera taladrada y perforada cien veces, con cien bocas de voces susurrantes que trasmiten las respuestas de la sibila.»
En la Antigüedad se la consideró como la más importante de las diez sibilas conocidas. A ésta se la llamaba también Deífoba, palabra que significa deidad o forma de dios. Apolo era el dios que inspiraba las profecías de las sibilas y prometió que concedería un deseo a la sibila de Cumas.
Ella cogió un puñado de arena en su mano y pidió vivir tantos años como partículas de tierra había cogido; pero se le olvidó pedir la eterna juventud, así es que con los años empezó a consumirse tanto que tuvieron que encerrarla en una jaula que colgaron del templo de Apolo en Cumas. Cuando los niños le preguntaban en griego cuál era su mayor deseo, su única respuesta era «Quiero morir». La leyenda dice que vivió nueve vidas humanas de 110 años cada una.
Sibila, la guía del más allá
Sibila guia a Eneas |
Este enigmático lago, a sólo 4 Km. de Pozzuoli, se sigue llamando Averno. Rodeado en otros tiempos de bosques sombríos, que plasmó con mágico estilo el pintor Turner, en la actualidad presenta un aspecto diferente debido a las erupciones volcánicas y a las urbanizaciones. A pesar de ello, sigue siendo un paraje cautivador, un lago profundo y sulfuroso que llena el cráter de un volcán, y cuyos vapores letales, según la tradición, impiden que los pájaros lo sobrevuelen. Al parecer, a este fenómeno debe su nombre, que podría derivarse del griego adornos, «carente de pájaros».
Los libros sibilinos
La sibila de Cumas se presentó en cierta ocasión ante el rey romano Lucio Tarquinio el Soberbio como una mujer muy anciana y le ofreció nueve libros proféticos a un precio extremadamente alto. Tarquinio se negó pensando en conseguirlos más baratos y entonces la sibila destruyó tres de los libros. A continuación le ofreció los seis restantes al mismo precio que al principio; Tarquinio se negó de nuevo y ella destruyó otros tres. Ante el temor de que desaparecieran todos, el rey aceptó comprar los tres últimos pero pagó por ellos el precio que la sibila había pedido por los nueve.
Estos tres libros fueron guardados en el templo de Júpiter en la ciudad de Roma y eran consultados en situaciones muy especiales. Son los llamados Libros sibilinos. Estaban escritos en griego, en hojas de palmera, que posteriormente pasaron a papiro.
Los romanos del siglo II a. C., en tiempos de la República, apreciaban mucho estos libros y los guardaban en un colegio formado por 10 sacerdotes menores llamados decen viri sacris faciundis. En situaciones de crisis los consultaban para ver si había una profecía que pudiera aplicarse a la situación del momento.
En el año 83 a. C. el fuego destruyó los Libros sibilinos originales y hubo que formar una nueva colección para lo que el Senado envió a Troya, Samos, Eritrea y otras partes a recoger los libros sibilinos que pudieran encontrarse y Augusto mandó encerrarlos en dos arcas. Estos libros tampoco han llegado hasta nuestros días porque en el año 405 el general romano Estilicón ordenó su destrucción debido a que los libros profetizaban que él pretendía tomar el poder.
La localización del Oráculo
En la acrópolis de Cumas existía una cueva considerada tradicionalmente como la de la sibila. Sin embargo, al realizarse excavaciones (en los años 20) se descubrió que su tamaño era mayor de lo que se pensaba, una enorme galería de 183 m, con aberturas para iluminación y cisternas de agua adosadas. Esta galería atravesaba la colina hasta el otro extremo, identificándosela de inmediato con unas instalaciones militares construidas por orden del general romano Agripa (c 63-12 a.C).
En 1932 se descubrió en las cercanías otra caverna, que los arqueólogos identificaron como la de la sibila. Se accede a ella a través de una galería de 107 m de longitud; Hay, además, otras 12 galerías laterales más cortas, que se abren en la ladera de la colina y que sirven de iluminación.
La galería principal termina en un vestíbulo con un par de bancos de piedra. Le sigue una cámara abovedada. Quizá los visitantes aguardaran sentados en aquellos bancos para consultar a la sibila, oculta al otro lado de la puerta que separaba el vestíbulo del santuario interior. O probablemente se encontraran en un estado de exaltación anticipada, pues durante el día las franjas alternas de luz y oscuridad producidas por las galerías laterales hacían que la persona que acudía desde el interior hiciera su aparición y se ocultase sucesivamente.
Las galerías de iluminación podían también impresionar de otro modo a los visitantes del santuario. Al igual que otras aberturas encontradas en oráculos como el de Malta, éstas podían producir el estudiado «efecto especial» que describe Virgilio: «Una gran ladera taladrada y perforada cien veces, con cien bocas de voces susurrantes que trasmiten las respuestas de la sibila.»
Sibila de Cumas